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Subordinación de la ciencia humana a la ciencia divina. Fr. Mario Agustín Pinto O.P.


I. Las dos Manifestaciones del Verbo

 El Verbo de Dios

Dios es la Verdad esencial, simple, infinita, eterna.

En El el ser, el entendimiento y el entender son idénticos; y de El viene toda verdad a las inteligencias y los seres. Pero en el seno de esta verdad primera hay una fecundidad admirable. El "veraz" contempla en sí mismo la verdad eterna y la expresa con un Verbo que es la perfecta imagen del que lo produce, "la figura de su substancia", "el esplendor de su gloria", Dios verdadero de Dios verdadero, la verdad misma subsistente en el entendimiento de Dios.


 a. La Creación. Manifestación natural del Verbo.

Pero este Verbo se ha comunicado exteriormente. La primera comunicación tuvo lugar en la misma creación del universo. Como dice Dios por su Verbo lo que es, así expresa por su Verbo lo que hace.

El Verbo es, en efecto, la sabiduría con la cual concibe y produce las criaturas: es la razón, la idea, el tipo primordial de cuanto crea: "Todo fue hecho por El y nada de cuanto se hizo se hizo sin El".

Dice Santo Tomás que de la misma manera que la obra de arte se conforma a la idea del artífice, así las criaturas todas son copia del Verbo de Dios, a partir de las más nobles, hasta las más ínfimas.

Por consiguiente, el universo -para emplear el lenguaje de algunos Santos Padres- es el verbo exterior de Dios que procede del Verbo interior, imagen imperfecta y creada del Verbo Perfecto y Creador; eco lejano de esta palabra substancial con la cual Dios expresa y alaba la bondad de su ser.

Ahora bien, este verbo exterior ha sido dado como objeto de contemplación a inteligencias creadas, imágenes a su vez de la razón, de la sabiduría y del Verbo de Dios, que con sus fuerzas naturales no pueden penetrar en el interior de Dios para ver cara a cara al Verbo substancial, pero que, en el Verbo creado o sea el universo, pueden percibir el reflejo del Verbo increado y alabar la bondad infinita en las obras que la imitan y representan. Por la creación baja la Verdad del Verbo de Dios a las cosas y a las inteligencias; a las cosas que son verdaderas porque se hallan conformes con esta verdad substancial; y a las inteligencias, que conocen las cosas por cierta participación de este concepto substancial e infinito que subsiste en el entendimiento del Padre:

"la inteligencia es una luz participada de la luz increada del Verbo".


 b. Manifestación sobrenatural del Verbo por la Encarnación

Pero esta primera manifestación del Verbo no agotó sus larguezas; no se contentó con comunicarse al hombre por la razón y manifestarse en el espectáculo del universo:

"Se hizo carne y vivió con nosotros, lleno de gracia y de verdad."

Se reveló no ya indirectamente en una imagen imperfecta de su substancia, sino en sí mismo, cubriéndose, sin embargo, con el velo de la carne.

Aquí todo es verdad. Verdad es su vida; Verdad sus misterios; Verdad son sus obras; Verdad sus palabras; abismo de Verdad son las disposiciones interiores de su Corazón, donde únicamente a las almas puras y humildes es dado penetrar.

Pero su vida, sus misterios, sus enseñanzas y sus obras no son ya solamente una verdad secundaria, una imagen reflejada de la verdad primera, una sombra de la Verdad esencial; no; son la misma verdad substancial y divina, que baja del seno de Dios a la tierra para alumbrar a todos los hombres que quisieron recibirle y abrirle el corazón.

Jesucristo, el Verbo encarnado, es, pues, la Verdad misma que subsiste en Dios eternamente, y que después de haber sido anunciada, figurada, esperada por espacio de cuarenta siglos, fue enviada a los hombres para mostrarles los secretos escondidos en el seno de Dios, derramar en ellos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia divinas, unirse inmediatamente con las inteligencias, comenzando por las oscuridades de la fe, y acabar de dárseles eternamente en la claridades de la visión.

Así es que aquellos que oyen su voz, se hacen "hijos de la luz" y forman en la tierra el reino de la Verdad, regido por el Espíritu que de El procede y que es el Espíritu de Verdad.

Mediante este Espíritu, la Verdad substancial que procede del Padre se posesiona de los hombres, se une con ellos y los incorpora a Sí. Y con la unción del Espíritu y la fuerza de su luz los vuelve al primer principio de todo ser y todo bien, los hace participantes de la substancia misma de Dios fundando con ellos esta Iglesia, fundada sobre la inmutable solidez de la verdad eterna que es para el humano linaje "columna y fundamento de la verdad" (1 Tim. 3, 15).



c. Superioridad de la segunda manifestación

Así pues, por una primera participación del Verbo de Dios el hombre es creado racional; por una participación más alta se hace creyente. Por efecto de la razón ve el reflejo del Verbo de Dios en sus obras y en las leyes del orden natural.

Por la predicación de la fe, alcanza a ver, en cambio, este mismo Verbo, no todavía al descubierto, sino a través de velos, por el misterio de una palabra humana; pero es el Verbo mismo de Dios, no todavía al descubierto y en aquella esfera de luz deslumbradora que no pudieran soportar ojos mortales, sino en aquella penumbra suave y misericordiosa que se acomoda a nuestra actual flaqueza. ¡Qué contemplación tan sublime!, y sin embargo, apenas es la aurora de aquella otra que nos está prometida, en la que veremos eternamente y al descubierto al Verbo y en El el Principio de donde emana, y al Espíritu que El produce y a la Iglesia de la que hizo su cuerpo y al universo entero que sostiene con su virtud.



II. Relaciones Entre Ambos Ordenes de Manifestaciones

Esta exposición nos lleva a establecer los siguientes principios.

1. La Filosofía y demás ciencias naturales tienen por objeto la manifestación del Verbo en la obra natural de la creación; la teología y demás ciencias que de ella dependen, la manifestación del Verbo en la obra sobrenatural en la santificación y glorificación de los escogidos.

Por consiguiente tanto la filosofía como la teología vienen de Dios y nos llevan a Dios. Dice el Concilio Vaticano I: Confiesa la Iglesia "que así como las ciencias y las artes provienen de Dios, que es Señor de las ciencias", así también pueden con su gracia, si se hace buen uso de ellas, llevarnos a Dios (cfr. Dz. 1799).

2. La filosofía y así mismo las ciencias naturales, se distinguen de la teología como la razón de la fe; pues la primera manifestación del Verbo no se confunde con la segunda. La filosofía tiene por tanto un objeto, unos principios y un método que no son el objeto, principio y método de la sagrada teología.

3. La filosofía, no de otra suerte que las demás ciencias, mientras permanecen en la verdad, no pueden estar en oposición con la doctrina revelada por Jesucristo y propuesta por la Iglesia, pues una y otra proceden del mismo principio. Dice el Concilio Vaticano I: No puede haber nunca verdadero desacuerdo entre la razón y la fe, puesto que Dios que "revela los misterios e infunde la fe", es el mismo Dios que dio al alma humana "la luz de la razón y Dios no puede negarse a sí mismo, ni la verdad contradecir jamás a la verdad" (Dz. 1797). Si a veces se encuentra una oposición aparente, hay que atribuirla a no haber sido comprendidos y explicados según la mente de la Iglesia, los dogmas de la fe o haberse tomado por juicios de la razón, los errores de las opiniones.

"Por lo cual -concluye el Concilio- todos los fieles cristianos, muy lejos de poder defender como legítimas conclusiones de la ciencia las opiniones contrarias a la fe, mayormente si las hubiere reprobado la Iglesia, han de tenerlas por errores que se encubren con la apariencia engañosa de la verdad" (Dz. 1798).

Por consiguiente la filosofía se halla subordinada a la doctrina revelada y a la autoridad encargada de enseñarla, pues en los divinos designios la manifestación primera se refiere a la segunda, la prepara y lleva a ella, por esto el uso más noble que de su razón pueda hacer el filósofo, es confesar y probar la segunda manifestación del Verbo. El título más glorioso de la filosofía es el de sirvienta de la teología. Sin duda tiene fuera de la revelación su objeto propio; mas por el hecho de la elevación del hombre al estado sobrenatural, recibió asimismo el encargo de prepararle y llevarle a la fe; es, como decían los antiguos, la inteligencia en busca de la fe: intellectus quaerens fidem.

Dentro de los límites de la verdad natural -que van desde el ser material hasta el ser de Dios- la metafísica sigue siendo el saber supremo y desinteresado de que hablara Aristóteles; sigue siendo sabiduría.

Pero no en vano ha descendido desde el seno del Padre y ha pasado por el mundo y mora entre los hombres la Sabiduría personal de Dios para dejarnos oír su Verbo infinito.

Desconocer su situación real de reconocimiento y subordinación a la Sabiduría superior y divina, de la fe y de la Teología, que recibe ese mensaje de la palabra misma de Dios, implicaría para la Filosofía una dislocación y deformación de su misma esencia que la arruinaría y esterilizaría en su auténtico valor de Sabiduría humana siempre perenne dentro de la órbita de su propio objeto, aún bajo aquel otro saber divino.

Si un grupo selecto se formase en la filosofía cristiana, en el derecho cristiano, en la doctrina social de la Iglesia, podría llevar a las funciones del Estado en las carreras liberales, esa ciencia que hoy el sacerdote es casi el único que posee. La falta de nociones precisas ha ocasionado en nuestros hombres públicos -aún entre los más honestos y elocuentes- grandes errores que han sido fuente de muchos males.

Cuando se marcha a través de muchos obstáculos es cuando más se requiere luz para guiarse. La vista del conductor debe ser tanto mejor cuanto más difícil es el camino por el cual conduce su vehículo.

El objetivo del hombre de estado cristiano, debe ser respetar la integridad de los principios aún cuando no sean momentaneamente aplicables y a través de los compromisos, que muchas veces son necesarios, no entregar al menor átomo de verdad católica.

Nótese bien: no decimos ni suponemos jamás que la fe deba absorber a la razón, ni la teología a la filosofía, como tampoco atribuimos a la Iglesia la autoridad propia del Estado. La filosofía puede servirse de su método propio para explorar su objeto y deducir las consecuencias de sus principios, pero no puede juzgar a la ciencia superior de la fe y mucho menos invadir y turbar su dominio.

Dice el Concilio Vaticano I:

"La Iglesia, por cierto, no prohíbe que las ciencias, cada cual en su esfera, se sirvan de sus principios y métodos propios, mas al mismo tiempo que reconoce esta justa libertad, vela cuidadosamente para impedir que admitan errores que las pongan en oposición con la divina doctrina o que salgan de sus linderos, invadiendo y perturbando lo que es del dominio de la fe" (Dz. 1799).



Secularización de la filosofía

El racionalismo emplea otro lenguaje, (condenado por la Iglesia):

"...la filosofía ni puede ni debe someterse a ninguna autoridad" (Syllabus; Dz. 1710).

"Debe enseñarse la filosofía sin tener en cuenta para nada la revelación sobrenatural" (Dz. 1714). "La ciencia de la filosofía y de la moral, así como las leyes civiles pueden y deben ser independientes de la autoridad divina y eclesiástica" (Dz. 1757).

La filosofía o es reina o es nada.

El racionalista, en efecto, rechaza la manifestación de la verdad por J.C. en la Iglesia y no reconoce otra fuente de verdad que la razón; no podría pues, sin ser inconsecuente someter la filosofía y todas las ciencias de la razón a una autoridad superior.



Hostilidad

Pero no le basta a la ciencia natural declararse independiente, también declara la guerra al orden sobrenatural.

La filosofía, en efecto, se ha convertido en un arsenal de armas contra la revelación. Ya no es la inteligencia la que va en busca de la fe, sino la inteligencia que va en busca de la duda y de la apostasía.

Durante muchos siglos el pensamiento filosófico fue la expresión del sentido común, y la razón fue señora de sí misma, llamando al suave yugo de Cristo; ahora es un amasijo de sistemas que se contradicen mutuamente pero están unánimes en erigir en principio el pretendido derecho que tendría el hombre de no recibir de nadie, ni siquiera de Dios mismo, sino de forjar él su propia creencia, oficializando así la rebeldía de la razón orgullosa contra la palabra de Dios.

¿Qué sigue de todo esto? "Perece todo aquél que se aleja de Dios y de su Cristo". ¿Hay aún filosofía entre nosotros? Abrid los manuales de nuestros colegios nacionales. Sólo hallaréis oscuridad y confusión; todas son teorías inverosímiles, contradictorias, a menudo ininteligibles, comunmente falsas y siempre incompletas que dejan la inteligencia a oscuras e insatisfecha, y es que con perder el sentido católico se pierde el sentido de la verdad.

En todos los grandes problemas de la filosofía se pasa revista a las diversas soluciones de los filósofos y después de haber aducido razones contra todos los sistemas se acaba con una desesperadora conclusión: "cuestión no resuelta todavía y probablemente insoluble". Esto ya no es filosofía, son páginas de historia de la filosofía vacías de sentido que se hunden en las tinieblas. Se burlan de la metafísica y de las ideas abstractas, se extienden en largas discusiones de los fenómenos de la sensibilidad, de la asociación de ideas, sueños, subconsciente, etc. Se toma la filosofía por una mera suma de los hechos conocidos por los sentidos del hombre.

En tan prodigiosa decadencia ha venido a parar la rebeldía de la filosofía contra la teología. Hoy es menester que la Iglesia, Señora de las ciencias, vaya a recoger las piedras diseminadas y levante otra vez por sí misma aquel gran edificio que contemplaron siglos más dichosos.

El racionalismo quiso hacer de la filosofía la émula y rival de la teología y por poco la deja aniquilada; sólo la Iglesia que quiere hacer de ella la servidora de la teología va a devolverle su fuerza y hermosura.

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