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Los signos de los tiempos en la Apocalíptica newmaniana. P. Carlos Baliña


El propósito de esta conferencia es exponer algunos aspectos de la apocalíptica newmaniana referidos a los signos del advenimiento del Anticristo, signos por lo tanto del fin de los tiempos.

Pero antes de pasar a exponer la doctrina del Cardenal Newman acerca de esto, creo que es conveniente hacer dos cosas. En primer lugar, hacer una brevísima reseña biográfica del Cardenal Newman, sobre todo pensando en todos aquellos que no tengan una idea acabada acerca de quién fue, tal vez, el principal pensador católico del siglo pasado, e incluso, uno de los más grandes de todos los tiempos.

John Henry Newman nació en Londres el 21 de febrero de 1801 y recibió el Bautismo en la Iglesia Anglicana. Realizó sus estudios de enseñanza media en la escuela de Ealing y los estudios terciarios en el Colegio de la Trinidad de la Universidad de Oxford, donde se graduó como bachiller en Artes en el año 1820. En 1822 fue elegido fellow (asistente), del Colegio oxoniense de Oriel. En el año 1824 fue ordenado diácono de la Iglesia Anglicana, y en 1825 sacerdote de la misma iglesia. Ocupó cargos importantes en la Universidad como el de tutor del Colegio Oriel y Vicario de la Iglesia Universitaria Santa María la Virgen. Consagró su investigación al estudio de los Padres de la Iglesia, tanto latinos como orientales. Entre 1833 y 1845 integró y dirigió el llamado Movimiento de Oxford, de retorno a las raíces católicas del anglicanismo, y que finalmente produjo un número importante de conversiones al Catolicismo. Entre ellas la del mismo Newman quien el 9 de octubre de 1845 se redujo a la fe Católica Apostólica Romana. Al año siguiente viajó a Roma para prepararse para la ordenación sacerdotal que recibió en 1847. En 1848 volvió a Inglaterra para fundar el Oratorio de San Felipe Neri en Birmingham. En 1851 fundó la Universidad Católica de Irlanda. En 1879 fue creado Cardenal por León XIII. Murió en Birmingham el 11 de agosto de 1890. El 22 de febrero de 1991 fue declarado Venerable por el Papa Juan Pablo II, paso previo a la Beatificación.

El Cardenal Newman fue un escritor prolífico. Entre sus obras más importantes podemos mencionar las siguientes: Los arrianos del siglo cuarto, Sermones parroquiales (en varios volúmenes), Ensayo sobre el desarrollo de la doctrina cristiana, Perder y ganar, Sobre la naturaleza y fin de la educación universitaria, Apología pro vita sua, Ensayo sobre el asentimiento religioso, Sermones universitarios, etc, etc. Si tuviésemos que destacar una nota del Newman pensador e intelectual católico, sin lugar a duda elegiríamos su profundísimo conocimiento de los Padres de la Iglesia, de los cuales bebió su doctrina y comprensión de la Revelación y que lo llevó finalmente a la conversión a la fe verdadera.
En segundo lugar, estimo también imprescindible dar un encuadre general acerca de la apocalíptica en el pensamiento general de Newman.

Para ello nos apoyaremos en el juicio del eminente teólogo francés Louis Bouyer, recientemente fallecido, gran conocedor de Newman y estrechamente vinculado con la temática newmaniana, hasta el punto de deberle su conversión a la Iglesia Católica desde el protestantismo. En su biografía de Newman, al referirse a los aspectos esenciales del movimiento de Oxford (*), Bouyer destaca que “aquel aspecto que podría calificarse atrevidamente de apocalíptico” es “tal vez el rasgo más profundo del movimiento de Oxford”. Y continúa: “Todos los hombres del movimiento, y Newman más que todos ellos, han tenido la sensación de vivir en una época decisiva de la historia. El conflicto en el cual se habían visto entreverados les había parecido desde el comienzo algo que superaba por mucho las cuestiones inmediatamente en juego. No es suficiente decir que detrás del asunto de la supresión de las sedes de Irlanda ellos viesen el problema mucho más grave de la naturaleza de la Iglesia, y de los derechos y de los deberes que de allí resultan para sus miembros y sus ministros. Su época les parecía la hora de un despertar de las potencias del mal, predicha explícitamente por la Sagrada Escritura. En el liberalismo burgués ellos vislumbraban, y Newman sobre todo no dejó de denunciar esto hasta su último aliento, ellos vislumbraban, decimos, un esfuerzo posiblemente supremo de las potencias del mal por evacuar del mundo las energías salvadoras de la Cruz.”

“Sin condenar absolutamente los poderes establecidos, sin castigar con una reprobación sin matices las realizaciones de la humanidad moderna, ellos estaban convencidos que, estos poderes, volens nolens, le hacen el juego a Satán, que sus accomplishments son una trampa donde el espíritu de orgullo se apresta a hacer tropezar al hombre cuya fe flaquea. Ellos estaban por lo tanto penetrados por la idea de que este mundo es un mundo en espera, cuya disolución puede ser repentina; que Cristo de un momento a otro puede venir, juzgar y condenar. Todo objeto del esfuerzo humano que no conduzca a comprometerse por Cristo les parece pues fútil.”

“Es demasiado poco decir que los sermones de Oxford expresan una tal visión de las cosas. Esta visión es más bien el marco en el cual ellos ubican todas las cosas de las que pueden hablar. Para Newman, el hecho de que la revelación ya comenzada de los poderes del Anticristo prepara una revelación, insólita, del Reino de Cristo, no es solamente una evidencia entre otras, sino que constituye la evidencia de base.” (1)

“Es bien cierto, y esto no se le ocultaba al mismo Newman, que él debía una buena parte de este encuadre apocalíptico de su pensamiento a una visión de la historia como la de Thomas Newton en sus Explicaciones de las Profecías. Roma identificada con Babilonia, el Papa como uno de los rostros del Anticristo: todo esto viene de esos fondos y todo caerá un día cercano cuando se le imponga a Newman la elección entre el protestantismo y el catolicismo integral. Pero es digno de remarcar que él no dejará de considerar como cristiana y católica esta visión dividida de la historia humana, y más particularmente esta interpretación pesimista de la historia contemporánea, con su trasfondo de espera escatológica, reanimada por la conciencia de una prueba crucial. Por más crítico que él se hubiese vuelto con respecto a las interpretaciones de detalle de los exégetas apocalípticos que había frecuentado en su juventud, él persistió en ver en su principio profundo una verdad de base para toda visión cristiana de las cosas.

De hecho, debemos remarcar que esta disociación es de todos los tiempos. En todas las épocas, los santos han vivido en una espera atenta de la manifestación del Reino divino, por detrás del reino demoníaco y con ocasión de las aparentes conquistas de éste. Y en todo tiempo igualmente, es demasiado humana la tentación de postergar las promesas de la fe, por las engañosas seguridades de la vista. Pero jamás el horror imaginativo, tan natural a los autores de apocalipsis, deberá justificar el adormecimiento de la conciencia escatológica. Un cristianismo instalado en este mundo, que ha hecho la paz con este mundo, tan poco dispuesto a superarlo como poco inclinado a malquistarse con él, no ha sido nunca otra cosa que un cristianismo de decadencia”. (2)

Pese a que, entonces, como hemos visto, la temática apocalíptica está muy presente en la obra de Newman, hay una obrita de su período anglicano en la que se refiere explícitamente al tema que nos ocupa. Me refiero a “La idea patrística del Anticristo en cuatro sermones”, predicados por nuestro autor durante cuatro domingos consecutivos durante el Adviento de 1835 cuando todavía era vicario de Santa María la Virgen y publicados en 1838. En ellos Newman se propuso, tal como lo indica el título de la obra, exponer la doctrina patrística, en la cual tenía una poco común versación, acerca de la figura del último enemigo de Cristo. Los cuatro sermones llevan por títulos El tiempo del Anticristo, La religión del Anticristo, La ciudad del Anticristo, y La persecución del Anticristo. En esta conferencia nos referiremos particularmente al primero de ellos, El tiempo del Anticristo, en el cual Newman dilucida las señales del advenimiento de este singular personaje.

Escuchemos atentamente las palabras de Newman, prestando especial atención al admirable modo en que entreteje las citas de la Sagrada Escritura con la palabra de los Padres, característica muy propia de él.

“Los cristianos de Tesalónica habían supuesto que la venida de Cristo se encontraba cercana. San Pablo les escribe para prevenirlos contra una tal expectativa. No es que él desaprobara su espera de la venida del Señor, todo lo contrario; pero les advierte que un cierto acontecimiento debe precederla, y hasta que esto no suceda, el fin no sobrevendrá. “Que nadie os engañe de ningún modo”, dice San Pablo, “(puesto que dicho Día no vendrá), excepto que venga primero una apostasía”. Y prosigue: excepto que “primero el hombre de pecado sea revelado, el hijo de la perdición” (3).

Mientras el mundo dure, este pasaje de la Escritura será de reverente interés para los cristianos. Es su deber estar siempre expectantes a la Venida de su Señor, indagar los signos de la misma en todo lo que ocurre alrededor suyo, y por sobre todo tener en mente este sobrecogedor signo del cual San Pablo habla a los Tesalonicenses. Así como la primera venida del Señor tuvo su precursor, así también lo tendrá la segunda. El primero fue “Alguien más que un profeta” (4), San Juan Bautista; el segundo será más que un enemigo de Cristo, será la misma imagen de Satán, el pavoroso y aborrecible Anticristo. Acerca de él, tal cual las profecías lo describen, me propongo hablar; y al hacerlo me guiaré exclusivamente por los antiguos Padres de la Iglesia”.

Luego de esto Newman continúa con una digresión acerca de la autoridad patrística en estas cuestiones, donde discierne entre su autoridad doctrinal, infalible cuando hay consenso entre los Padres mayores (incluso es uno de los loci theologici ) de su autoridad al interpretar las profecías no cumplidas.

“Sin embargo, a pesar de que los Padres no nos transmiten la interpretación de las profecías con la misma certeza con que nos transmiten la doctrina, no obstante merecen ser leídos con deferencia en proporción a su consenso, su peso personal, su predominio en su tiempo, o nuevamente, al carácter autorizado de sus opiniones; puesto que, por decir lo menos, tienen tanta probabilidad de estar en lo correcto como los comentadores de hoy día; y en algunos respectos más todavía, puesto que la interpretación de las profecías se ha convertido en estos tiempos en materia de controversia y de toma de partido. La pasión y el prejuicio han interferido tanto con la rectitud de juicio, que es difícil decir quién es confiable en su interpretación, o inclusive si un simple cristiano no sería tan buen expositor como aquellos que han asumido el oficio”.

“Vuelvo a la perícopa en cuestión, la que examinaré utilizando argumentos tomados de la Escritura, sin preocuparme de estar de acuerdo con los comentadores modernos, ni de decir en qué difiero de ellos. “(Aquel Día no vendrá) si no viene primero la apostasía”. Aquí se nos dice que la señal de la segunda Venida es una cierta y terrible apostasía, y la manifestación del hombre de pecado, el hijo de la perdición, esto es, aquel comúnmente llamado el Anticristo. Nuestro Salvador parece añadir que esa señal lo precederá inmediatamente, o que Su venida ocurrirá muy poco después; puesto que, luego de hablar de “falsos profetas” y “falsos Cristos”, “mostrando señales y prodigios” (5), “abundancia de la iniquidad”, y “caridad enfriándose” (6), y cosas por el estilo, añade: “Cuando veáis todas estas cosas, sabed que se encuentra cerca, incluso a las puertas” (7). E insiste: “Cuando veáis la Abominación de la Desolación... instalada en el lugar santo... entonces los que estén en Judea huyan hacia las montañas” (8). Ciertamente, San Pablo también da a entender esto, cuando dice que el Anticristo será destruido por el esplendor de la venida de Cristo.

Por lo tanto, en primer lugar digo, que si el Anticristo debe venir inmediatamente antes de Cristo y ser la señal de Su venida, es evidente que él no se ha manifestado todavía, mas debemos aguardarlo, puesto que de otro modo, Cristo ya hubiese venido.

Más aún, parece que la tiranía del Anticristo durará tres años y medio, o como la Escritura lo expresa: “un tiempo, y tiempos, y la mitad de un tiempo” (9), o “cuarenta y dos meses” (10), lo cual es una razón adicional para creer que no ha venido, puesto que si así fuese, esto debería haber ocurrido recientemente, siendo su tiempo tan breve, esto es dentro de los últimos tres años, y esto no ha sido así.

Además, hay otras dos circunstancias de su aparición, que no se han cumplido. Primero, un tiempo de tribulación sin igual. “Entonces habrá una gran tribulación, cual no ha habido desde el inicio del mundo hasta este tiempo, ni lo habrá; y a menos que dichos días fuesen acortados, ninguna carne sería salva” (11). Esto todavía no ha sucedido. En segundo lugar, la predicación del Evangelio por todo el mundo: “Y este Evangelio del reino será predicado en todo el mundo, en testimonio a todas las naciones, y luego vendrá el fin” (12).

Ahora bien, puede objetarse a esta conclusión, que San Pablo dice en el pasaje anterior que “el misterio de iniquidad ya está obrando” (13), esto es, inclusive en su tiempo, como si el Anticristo hubiese de hecho venido en aquel entonces. Pero parecería que él quiso simplemente decir que en sus días había sombras y presagios, señales y elementos operantes, de aquello que un día se presentará en plenitud. Así como los tipos de Cristo vinieron antes de Él, así también las sombras del Anticristo lo precederán. En realidad todo acontecimiento de este mundo es tipo de aquellos que lo seguirán; la historia avanza como un círculo siempre creciente. Los días de los apóstoles tipificaron los últimos días: hubo falsos Cristos, levantamientos, y tribulaciones, y persecuciones, y el juicio y destrucción de la Iglesia Judía. De modo similar, cada era presenta su propia imagen de aquellos sucesos, todavía futuros, que serán, ellos y sólo ellos, el verdadero cumplimiento de la profecía que se encuentra a la cabeza de todos. Por eso San Juan dice: “Hijitos, ésta es la última hora; y como habéis oído que el Anticristo vendrá, ya hay muchos Anticristos; por lo cual sabemos que ésta es la última hora” (14). El Anticristo había venido, y no había venido; era, y no era la última hora. Era el tiempo del Anticristo, pero en el mismo sentido en que los tiempos del Apóstol podrían ser llamados “la última hora”, el fin del mundo.

Una segunda objeción podría formularse del siguiente modo. San Pablo dice: “Ahora sabéis qué lo retiene, para que él (Anticristo) sea revelado a su tiempo” (15). Aquí algo es mencionado como reteniendo la manifestación del enemigo de la verdad. El Apóstol prosigue: “Aquel que ahora lo retiene lo hará, hasta que sea quitado del medio” (16). Ahora bien, en los primeros tiempos se consideraba que este poder obstaculizante era el imperio Romano; pero este imperio (se arguye) hace tiempo que ha desaparecido; se sigue en consecuencia, que hace tiempo que el Anticristo ha venido. En respuesta a esta objeción, concederé que aquel “que lo retiene” o “detiene”, significa el poder de Roma, pues todos los antiguos escritores así lo han entendido. Y concedo que, así como Roma, de acuerdo con la visión del profeta Daniel, sucedió a Grecia, del mismo modo el Anticristo sucederá a Roma, y la Segunda Venida sucederá al Anticristo (17). Pero de esto no se sigue que el Anticristo haya venido, puesto que no es claro que el Imperio Romano haya pasado. Lejos de esto, desde el punto de vista profético, el Imperio Romano permanece aún hasta nuestros días. Roma tiene un destino muy diferente del de los otros tres monstruos mencionados por el profeta, como se verá por su descripción. “Vi una cuarta bestia, espantosa y terrible, y sobremanera fuerte; y tenía grandes dientes de hierro: devoraba y destrozaba, y hollaba lo que quedaba bajo sus pies: y era diversa de todas las bestias que hubo antes de ella, y tenía diez cuernos” (18). Estos diez cuernos, le informa un ángel, “son diez reyes que se levantarán de este reino” (19) de Roma. Entonces, como los diez cuernos pertenecían a la cuarta bestia, y no estaban separados de ella, así los reinos en los cuales el Imperio Romano iba a ser dividido, son la continuación y terminación de ese mismo Imperio, el cual permanece, y en cierto sentido vive desde el punto de vista profético, cualquiera sea el modo en que resolvamos la cuestión histórica. En consecuencia, todavía no hemos visto el fin del Imperio Romano; “Aquel que lo retiene” todavía existe, hasta la manifestación de sus diez cuernos; y hasta que no sea removido, el Anticristo no vendrá. Y de en medio de estos cuernos él surgirá, como el mismo profeta nos lo revela: “Estando yo contemplando los cuernos, vi que salía de entre ellos otro pequeño cuerno; ... y he aquí, que este cuerno tenía ojos como los de un hombre, y una boca que decía grandes cosas”. (20)

Por lo tanto, hasta el tiempo en que el Anticristo realmente aparezca, ha habido y habrá un continuo esfuerzo por parte de las fuerzas del mal para manifestarlo al mundo. La historia de la iglesia es la historia de ese prolongado parto. “El misterio de iniquidad ya está obrando” (21), dice San Pablo. “Ya hay muchos Anticristos” (22), dice San Juan; “todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en la carne, no es de Dios; y éste es ese espíritu del Anticristo, del cual habéis oído que vendría, y que ya está en el mundo” (23). Ha estado obrando siempre, desde los tiempos de los Apóstoles, aunque sujeto por aquel que lo “retiene”. En este preciso momento, un recio combate tiene lugar entre el espíritu del Anticristo que trata de emerger y el poder político, en aquellos países que, proféticamente romanos, firme y vigorosamente lo reprimen. Y de hecho tenemos operando por doquier delante de nuestros ojos, como nuestros padres lo tuvieron delante de los suyos, un principio feroz y sin ley, un espíritu de rebelión contra Dios y contra el hombre, que los poderes de gobierno en cada país apenas pueden con el mayor esfuerzo sujetar. Sea que este fenómeno del cual somos testigos es ese espíritu del Anticristo (24) que un día será desencadenado, ese espíritu ambicioso, padre de toda herejía, cisma, sedición, revolución, y guerra -sea que lo sea o no-, al menos sabemos por las profecías que la presente organización de la sociedad y del gobierno, mientras sea representativa del poder romano, es aquello que lo retiene, y que el Anticristo es aquel que surgirá cuando este obstáculo desfallezca”.

A continuación Newman se refiere a la cuestión referida a si el Anticristo será o no una persona individual.

“Las observaciones precedentes han implicado en forma más o menos clara que el Anticristo es un hombre, un individuo, no un poder o un reino. Esta es ciertamente la impresión que dejan en el espíritu los pasajes de la Escritura concernientes a él, luego de haber tenido debidamente en cuenta el carácter figurado del lenguaje profético. Consideremos en conjunto los pasajes que lo describen, y veamos si se puede concluir otra cosa. En primer lugar el pasaje de la Epístola de San Pablo. “(Ese día no vendrá), excepto que ocurra primero una apostasía y que el hombre de pecado sea revelado, el hijo de perdición, quien es el adversario y el rival de todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios, y proclamarse a sí mismo como Dios... Entonces el Inicuo será revelado, al cual el Señor matará con el aliento de Su boca y destruirá con el resplandor de Su venida... cuya venida es obra de Satanás, con todo poder y signos y prodigios mendaces” (25).

A continuación, el profeta Daniel: “Otro se levantará luego de ellos, y será diferente de los primeros y subyugará a tres reyes. Y proferirá palabras arrogantes contra el Altísimo, oprimirá a los santos del Altísimo y pretenderá mudar los tiempos y las leyes; y ellos serán entregados en su mano hasta un tiempo, tiempos y la mitad de un tiempo. Pero se sentará el tribunal, y le quitarán el dominio, a fin de destruirlo y aniquilarlo para siempre” (26). Y continúa: “Y el rey obrará conforme a su voluntad, y se exaltará a sí mismo, se ensalzará por encima de todo dios, y hablará palabras arrogantes contra el Dios de los dioses, y prosperará hasta que se haya colmado la ira... No respetará al Dios de sus padres, ni tampoco a la (divinidad) predilecta de las mujeres, ni hará caso de ningún dios, puesto que se ensalzará por encima de todo. En sus dominios venerará al Dios de las fortalezas, y honrará con oro y plata, y con joyas y objetos preciosos, a un dios que sus padres no conocieron” (27). Observemos que otros reyes que Daniel describe han tenido existencia histórica individual, como por ejemplo Jerjes, Darío y Alejandro.

Y del mismo modo se expresa San Juan: “Le fue dada una boca que profería altanerías y blasfemias, y se le dio poder de actuar durante cuarenta y dos meses. Y abrió su boca para blasfemar contra Dios, para blasfemar de Su Nombre y de Su tabernáculo, y de los que habitan en el Cielo. Se le concedió hacer la guerra a los santos y vencerlos; le fue dada autoridad sobre toda tribu y pueblo y lengua y nación. Y le adorarán todos los que habitan la tierra, cuyos nombres no están escritos en el libro de la vida del Cordero degollado desde la fundación del mundo” (28).

Finalmente, fue tradición universal en la Iglesia antigua que el Anticristo es un hombre individual, no un poder, ni un mero espíritu ético, o sistema político, o dinastía, o sucesión de soberanos. “Debemos decir”, escribe San Jerónimo acerca de Daniel, “lo que hemos recibido de todos los escritores eclesiásticos, esto es, que al fin del mundo, cuando el Imperio Romano sea destruido, habrá diez reyes, quienes se dividirán entre ellos el territorio romano, y que surgirá un undécimo pequeño rey, quien prevalecerá sobre tres de los diez... luego recibirá la sumisión de los otros siete. Está escrito que “el cuerno tenía ojos, como los ojos de un hombre”; a menos que supongamos, como algunos lo han hecho, que él será el espíritu del mal, o un demonio, se trata de un hombre en el cual Satanás habitará corporalmente. “Y una boca que decía grandes cosas”: puesto que él es el hombre de pecado, el hijo de perdición, “que se atreve a sentarse en el Templo de Dios, haciéndose a sí mismo como Dios”... “La bestia ha sido muerta y su cadáver fue destruido”: puesto que el Anticristo blasfema en ese Imperio Romano unificado, todos sus reinos serán al mismo tiempo abolidos, y no habrá reino terreno, sino la sociedad de los santos, y la venida del triunfante Hijo de Dios” (29). Y Teodoreto: “Habiendo hablado de Antíoco Epífanes, el profeta pasa de la figura al Antitipo, puesto que el Antitipo de Antíoco es el Anticristo, y la figura del Anticristo es Antíoco. Como Antíoco obligó a los Judíos a obrar impíamente, así también el Hombre de pecado, el hijo de perdición no ahorrará esfuerzos para seducir a los creyentes, por medio de falsos milagros, por la fuerza, y por la persecución. Como dice el Señor, “Habrá una gran tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo hasta este tiempo, ni la habrá” (30).

Lo que he dicho acerca de este tema puede resumirse así: la venida de Cristo será inmediatamente precedida por un desencadenamiento del mal terrible y sin precedentes, llamado por San Pablo una Apostasía, una deserción, en medio de la cual aparecerá un cierto y terrible Hombre de pecado e Hijo de perdición, el especial y singular enemigo de Cristo, o Anticristo. En este tiempo las revoluciones prevalecerán, y la presente estructura de la sociedad será desarticulada. Al presente, el espíritu que él encarnará y representará es contenido por “los poderes existentes”, pero ante la disolución de estos él surgirá de su seno, los reconstruirá a su vil manera, bajo su propia ley, con el propósito de excluir a la Iglesia.

Por el momento estaría fuera de lugar decir algo más que esto. Sin embargo insistiré en una particular circunstancia contenida en las palabras de San Pablo que en parte ya he comentado.

Está escrito que “vendrá una apostasía, y que el hombre de pecado será revelado”. En otras palabras, el Hombre de Pecado nace de una Apostasía, o por lo menos accede al poder por medio de una apostasía, o es precedido por una apostasía, o no existiría si no fuese por una apostasía. Eso dice el texto inspirado... y se plantea el siguiente interrogante: “¿surgirá el enemigo de Cristo y de Su Iglesia a partir de un especial apartamiento de DIOS? ¿No hay acaso motivos para temer que dicha apostasía, se esté preparando gradualmente, reuniendo, madurando en nuestros mismos días? ¿Acaso no existe en este mismo momento un especial empeño en casi todo el mundo de prescindir de la Religión, más o menos evidente en este o en aquel lugar, pero más visible y formidablemente en aquellas regiones más civilizadas y poderosas? ¿No existe acaso un consenso creciente de que una nación no tiene nada que ver con la Religión, de que se trata de algo concerniente sólo a la conciencia individual? -lo que es lo mismo que decir que podemos dejar que la Verdad desaparezca de la faz de la tierra sin que hagamos nada por evitarlo. ¿No existe un movimiento vigoroso y unificado en todos los países destinado a privar a la Iglesia de Cristo de su poder y posición? ¿No existe un empeño febril y permanente por deshacerse de la necesidad de la Religión en los asuntos públicos? -por ejemplo, el intento de desembarazarse de los juramentos, con la excusa de que son demasiado sagrados para los asuntos de la vida corriente, en vez de asegurarse de que fuesen proferidos de modo más reverente y conveniente. ¿No existe el intento de educar sin Religión, o sea, poniendo a todas las formas de Religión al mismo nivel? ¿No existe la tentativa de reforzar la templanza, y todas las virtudes que brotan de ella, sin Religión, por medio de Sociedades basadas en meros principios de utilidad; de hacer de la conveniencia y no de la verdad, el fin y la norma de las decisiones de Estado y de la constitución de las leyes; de hacer de los números y no de la Verdad, el criterio para sostener o no, este o aquel artículo de fe, como si hubiera en la Escritura fundamentación para sostener que los muchos tienen la razón y los pocos no; de privar a la Biblia de su sentido principal, de modo de hacernos pensar que ésta posee cien significados todos igualmente verdaderos, o en otras palabras, que no posee significado alguno, que es letra muerta, y que puede ser dejada de lado; de reemplazar la Religión en su conjunto, en cuanto es externa y objetiva, y expresada en leyes y palabras escritas, por algo meramente subjetivo; de confinarla a nuestros sentimientos internos, y de este modo, dada su inestabilidad y variabilidad, de destruir en definitiva la Religión?

Sin duda, existe actualmente una confederación del mal, que recluta sus tropas de todas partes del mundo, organizándose a sí misma, tomando sus medidas para encerrar a la Iglesia de Cristo como en una red, y preparando el camino para una Apostasía general. No podemos saber si de esta misma Apostasía nacerá el Anticristo, o si él será todavía retrasado, como lo ha estado por tanto tiempo; pero en todo caso esta Apostasía, y todos sus signos e instrumentos son del Maligno, y tienen un sabor de muerte. ¡Dios nos guarde de contarnos entre aquellos ingenuos que caen en la trampa que se está tendiendo a nuestro alrededor! ¡Dios nos libre de ser seducidos por las bellas promesas en las cuales Satán ha ocultado seguramente su ponzoña! ¿Creéis acaso que él es tan inexperto en su arte, como para invitarnos en forma abierta y clara a unirse a él en su combate contra la Verdad? No, él os ofrece cebos para tentaros. Os promete libertad civil; os promete igualdad; os promete comercio y riqueza; os promete exención de impuestos; os promete reformas. Este es el modo en que él encubre el verdadero asunto al cual os va conduciendo; os tienta a rebelaros contra vuestros gobernantes y superiores; él hace eso mismo y os induce a imitarlo; os promete iluminación, ofreciéndoos conocimiento, ciencia, filosofía, ensanchamiento de la mente. El se burla de los tiempos pasados, se mofa de toda institución que los venere. El os sopla lo que debéis decir, y luego os escucha, os alaba y os alienta. El os incita a ascender a la cima. Os enseña cómo convertiros en dioses. Luego ríe y hace bromas e intima con vosotros; os toma de la mano, pone sus dedos entre los vuestros, los agarra, y entonces ya le pertenecéis”.

Y para que veamos que Newman no varió su postura luego de convertirse y que la mantuvo hasta el fin de su vida, citaré dos textos posteriores. En primer lugar, fragmentos de un sermón predicado con motivo de la apertura del Seminario católico de Olton, el 2 de octubre de 1873: “Sé que todos los tiempos son peligrosos, y que en todas las épocas las mentes serias, preocupadas, atentas al honor de Dios y a las necesidades del hombre son proclives a pensar que ninguna época ha sido tan peligrosa como la propia. En todo tiempo el enemigo de las almas asalta con furia a la verdadera Madre de ellas, la Iglesia, y aún cuando fracase en hacer daño no por eso deja de amenazar y atemorizar. Y todos los tiempos tienen sus pruebas especiales, que otras épocas no tienen. Inclusive admitiré que hubo en otros tiempos peligros específicos para los Cristianos que no existen actualmente. Sin lugar a dudas; sin embargo aún admitiendo esto pienso que las pruebas que tenemos por delante son tales que habrían espantado y confundido corazones tan valerosos como los de San Atanasio, San Gregorio I, o San Gregorio VII. Y que ellos confesarían que, por más oscura que haya sido la perspectiva de sus respectivas épocas, la nuestra posee una oscuridad de un género diferente a cuanto haya existido antes”.

“El peligro especial de los tiempos delante nuestro es el despliegue de la plaga de la infidelidad, que los Apóstoles y Nuestro Señor han predicho como la mayor calamidad de los últimos tiempos de la Iglesia. Y por lo menos una sombra, una imagen típica de dicha época se cierne sobre el mundo. No pretendo afirmar que éste sea el tiempo último, sino que tiene la perversa prerrogativa de ser semejante a esa terrible época, en la cual se dice que los mismos elegidos se encontrarán en peligro de apostatar” (31).

En segundo lugar, algunas palabras de su alocución del 12 de mayo de 1879, al recibir el Biglietto que le anoticiaba su elevación al cardenalato: “...Hasta ahora el poder civil ha sido cristiano. Aún en países separados de la Iglesia, como el mío, el dicho en vigor era, cuando yo era joven: “El cristianismo es la ley del país”. Ahora, en todas partes, esa excelente estructura de la sociedad, que es creación del cristianismo, está echando fuera al cristianismo. El dicho al que me refiero, como cientos de otros que le siguen, se ha ido, o se está yendo de todas partes, y, para fin del siglo, a menos que el Todopoderoso interfiera, habrá sido olvidado. Hasta ahora se ha considerado que la religión sola, con sus sanciones sobrenaturales, era suficientemente fuerte para asegurar la sumisión de las masas de nuestra población a la ley y el orden; ahora los filósofos y los políticos se pliegan a satisfacer este problema sin la ayuda del cristianismo [...] El carácter general de esta “gran apostasía” es único y el mismo en todas partes, pero en detalle y características varía según los diferentes países [...] Jamás el Enemigo ha planeado una estrategia más inteligente y con tanta probabilidad de éxito” (32).

Para finalizar escuchemos su vibrante exhortación al concluir este capítulo del tiempo del Anticristo:
¿Consentiremos nosotros los cristianos en tener parte en este asunto? ¿Ayudaremos, aún con nuestro dedo meñique, al Misterio de Iniquidad que lucha por nacer, y que convulsiona al mundo con sus dolores? “¡Alma mía, no entres en su consejo; no te unas a su asamblea, honra mía!” (33).

“¿Qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las tinieblas?..., Por tanto, salid de entre ellos y apartaos...” (34), de otro modo seréis cooperadores de los enemigos de Dios, y estaréis abriendo el camino para el Hombre de Pecado, el hijo de perdición”.

Creemos que todo lo dicho alcanza para darnos cuenta que, pese al tiempo transcurrido, la palabra de Newman no ha perdido vigencia. Sus vaticinios hallan una casi cotidiana confirmación en la vertiginosa sucesión de acontecimientos en los que nos hallamos inmersos en los umbrales del tercer milenio de la era cristiana. Su pensamiento goza así de una sobrecogedora actualidad, propia, casi nos atreveríamos a decir, de aquellos espíritus selectos, que dotados de un carisma especial, participan de la luz en la que habita Aquél que es la suma actualidad.

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EL VIGIA

Amenazado por la pena no desmayes,
¡no te inquietes, vigía en el otero
brumoso de la verdad!
Aunque pocos los fieles, y fiero el enemigo
lo débil es siempre la fuerza del cielo.

Infiel Ammon y Tiro mezquino
par discordante, podéis uniros.
Algunos trabajan por amor, algunos por salario,
pero lo débil será la fuerza del cielo.

La flaqueza de Elí, la negra ira de Saúl
alimenten el rencor de Ajitofel
y plegarias de Garizim, y maldiciones de Gat.
Nuestra debilidad mostrará la fuerza del cielo.

Aunque no haya amigos a la vista
no cejes, osado centinela;
no tiembles, vuélvete y pregunta
a los días de antaño, cuando siempre
lo débil era la fuerza del cielo.

Uno solo era Moisés, pero contuvo
en la presencia luminosa
el pecado de la hueste.
Y Elías en el Carmelo despreció el clamor
cuando Baal desafió la fuerza del cielo.

Muchos son los años del tiempo, pero una
es la eternidad, y uno el infinito.
Pocos son los elegidos, y los buenos hechos,
no obstante, lo exiguo es la fuerza del cielo.



Traducción Jorge Ferro



THE WATCHMAN (a song)

Verses on Various Occasions
XXXVI

Faint not, and fret not, for threaten’d woe,
Watchman on Truth’s grey height!
Few though the faithful, and fierce though the foe
Weakness in aye Heaven’s might.

Infidel Ammon and niggard Tyre,
Ill-fitted pair, unite;
Some work for love, and some work for hire,
But weakness shall be Heaven’s might.

Eli’s feebleness, Saul’s black wrath,
May aid Ahithophel’s spite;
And prayers from Gerizim, and curses from Gath
Our weakness shall prove Heaven’s might.

Quail not, and quake not, thou Warder bold,
Be there no friend in sight;
Turn thee to question the days of old,
When weakness was aye Heaven’s might.

Moses was one, but he stay’d the sin
Of the host, in the Presence bright;
And Elias scorn’d the Carmel din,
When Baal would match Heaven’s might.

Time’s years are many, Eternity one,
And one is the Infinite;
The cosen are few, few the deeds well done,
for scantness is still Heaven’s might.

At sea.
December 12, 1832.





PROGRESO DE LA FALTA DE FE

Ahora es el otoño del Árbol de la Vida;
se derraman sus hojas sobre la tierra ingrata,
que las deja danzar en remolinos,
como despojos del viento y sus contiendas.
Tierra cruel, que no sabe atesorarlas
en previsión de días de indigencia.
Cierran los hombres su puerta, y alimentan
sus fuegos animados, todavía
confiados en sí mismos; y en sus galas
cortesanas de rito y de precepto
erigen la morada de Baal.


Mas yo saldré entre la llovizna helada,
y veré marchitarse cada tallo,
y caer en silencio cada hoja.
Una verdad tras otra, de escogido
tinte y perfume, se van desvaneciendo,
y al apagarse encienden la aflicción del Ángel.
Que queda sin respuesta, pues aquella,
adalid ejemplar en otro tiempo
de la fe, mi Patria, ya con torpe
y embotado corazón no espera
sino quemar los leños de aquel Árbol
ante el trono del ídolo.


En el mar.
23 de junio de 1833



Trad.: Jorge N. Ferro





PROGRESS OF UNBELIEF

Now is the Autumm of the Tree of Life;
Its leaves are shed upon the unthankful earth,
Wich lets them whirl, a prey to the winds’ strife,
Heartless to store them for the months of dearth.
Men close the door, and dress the cheerful hearth,
Self-trusting still; and in his comely gear
Of precept and of rite, a household Baal rear.


But I will out amid the sleet, and view
Each shrivelling stalk and silent-falling leaf.
Truth after truth, of choicest scent and hue,
Fades, and in fading stirs the Angel’s gfief.
Unanswer’d here; for she, once pattern chief
Of faith, muy Country, now gross hearted grown,
Waits but to burn the stem before her idol’s throne.


At Sea.
june 23, 1833



NOTAS



(*) Movimiento religioso surgido en el seno del anglicanismo en la primera mitad del siglo pasado, de tendencia católica y antiprotestante. Fue liderado por varios fellows de los colegios de Oxford, entre los que podemos mencionar a Newman, Keble, Froude y Pusey, como sus cabezas conductoras.

(1) Louis Bouyer, Newman. Sa vie. Sa spiritualité, . Ed. Du Cerf, 1952.

(1) Louis Bouyer, Newman. Sa vie. Sa spiritualité, . Ed. Du Cerf, 1952.

(3) 2 Tes 2, 3.
(4) Mt. 11, 9.

(5) Mt. 24, 24.
(6) Mt. 24, 12.
(7) Mt. 24, 33.
(8) Mt. 24, 15-16.

(9) Dan 7, 25; 12, 7.
(10) Ap 13, 5.
(11) Mt 24, 21-22.
(12) Mt 24, 14
(13) 2 Tes 2, 7.

(14) 1 Jo 2, 18.
(15) 2 Tes 2, 6.
(16) 2 Tes 2, 7.
(17) Cfr. San Juan Crisóstomo, In ep. II ad Thess., hom. 4.

(18) Dan 7, 7.
(19) Dan 7, 24.
(20) Dan 7, 8.
(21) 2 Tes 2, 7.
(22) 1 Jo 2, 18.
(23) 1 Jo 4, 3.

(24) o ánomos, literalmente el sin ley, el inicuo, tal como lo denomina San Pablo en 2 Tes 2, 8. N. del t.
(25) 2 Tes 2, 3-4. 8-9.

(26) Dan 7, 24-26.
(27) Dan 11, 36-38.
(28) Ap 13, 5-8.

(29) San Jerónimo, In Dan. cap. VII.
(30) Teodoreto, In Dan. IX.

(31) The Infidelity of the Future, en Catholic Sermons of Cardinal Newman, Burns & Oates, Londres, 1957.

(32) Citado de Aproximación a Newman, de Fernando María Cavaller, EDUCA, Buenos Aires, 1998, pp. 212 y 213.
(33) Gen 49, 6.
(34) 2 Cor 14, 17.

1 comentario:

  1. me gustaría comunicarme con el padre Baliña. Fuimos compañeros en la universidad.
    Alguien sabe como hacerlo?

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