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Señales del Espíritu Diabólico. Fr. A. Royo Marin OP

Examinadas las características del espíritu de Dios, es fácil determinar las del espíritu de las tinieblas. Son, como es obvio, diametralmente opuestas y contrarias. Por eso es fácil distinguirlas cuando se presentan de una manera descarada y manifiesta.
Pero es preciso tener en cuenta que el enemigo infernal se disfraza a veces de ángel de luz, y sugiere al principio buenas cosas para disimular por cierto tiempo sus arteras intenciones y asestar mejor la puñalada en el momento oportuno cuando el alma esté más desprevenida. Por eso hay que proceder con cautela, examinando los movimientos del alma en sus orígenes y derivaciones y no perdiendo nunca de vista que lo que empezó aparentemente bien puede acabar mal, sí no se corrigen y enderezan en el acto las desviaciones que empiecen a manifestarse.
La labor del director para con todas estas almas ha de consistir principalmente en tres cosas: 1ª hacerles entender que son juguete del demonio y que es menester que se armen prontamente para defenderse contra él; 2ª sugerirles que se encomienden mucho a Dios y le pidan continuamente y de corazón la gracia eficaz para vencer los asaltos del espíritu de las tinieblas, y 3ª que al sentir el asalto diabólico le rechacen rápidamente y con desprecio, haciendo actos contrarios a los que trataba de impulsarles.
He aquí las señales manifiestas del espíritu diabólico:

A. ACERCA DEL ENTENDIMIENTO.

1º Espíritu de falsedad. A veces sugiere la mentira envuelta en otras verdades para ser más fácilmente creído.
2º Sugiere cosas inútiles, curiosas e impertinentes para hacer perder el tiempo en bagatelas, distrayendo y apartando de la devoción sólida y fructuosa.
3º Tinieblas, angustias, inquietudes; o falsa luz en la sola imaginación, sin frutos espirituales.
4º Espíritu protervo, obstinado, pertinaz. No da nunca el brazo a torcer. Gran señal.
5º Indiscreciones continuas. Excita, por ejemplo, a los excesos de penitencia para provocar la soberbia o arruinar la salud (Cuando Dios pide al alma grandes austeridades, se nota claramente ser ésa su divina voluntad por el conjunto de circunstancias. Y siempre da, a la vez, las fuerzas suficientes para llevarlas a cabo); no guarda el debido tiempo (v.gr., sugiere alegrías el Viernes Santo o tristezas el día de Navidad), ni el debido lugar (grandes arrobamientos en público, jamás en secreto), ni las circunstancias de la persona (v.gr., impulsando a los solitarios al apostolado, y a los apóstoles al retiro y soledad, etc.). Todo lo que vaya contra los deberes del propio estado viene del demonio o de la propia imaginación, jamás de Dios.
6º Espíritu de soberbia. Vanidad, preferencia sobre los demás, etc.

B. ACERCA DE LA VOLUNTAD.

1. Inquietud, turbación, alboroto y zozobra en el alma.
2º Soberbia. O falsa humildad: en las palabras y no en las obras, o llenando al alma de turbación y alboroto, incapacitándola para el ejercicio de la virtud. Abatimiento de espíritu.
3º Desesperación, desconfianza y desaliento. O bien presunción, vana seguridad y optimismo irracional, atolondrado e irreflexivo.
4º Desobediencia, obstinación en no abrirse al director, penitencias de propio capricho dejando las obligatorias, dureza de corazón.
5º Fines torcidos: vanidad, complacencia propia, ganas de ser apreciado y tenido en mucho.
6º Impaciencia en los trabajos y sufrimientos. Resentimiento pertinaz.
7º Desconcierto y rebelión de las pasiones por motivos fútiles y causas desproporcionadas; ofuscación violenta de la razón; impulsos pertinaces de voluntad hacia el mal.
8º Hipocresía, doblez, simulación. El demonio es el padre de la mentira.
9º Apego a lo terreno, a los consuelos espirituales, buscándose siempre a sí mismo.
10º Olvido de Cristo y de su imitación.
11º Falsa Caridad, celo amargo, indiscreto, farisaico, que perturba la paz. Son los eternos reformistas, que ven siempre la paja en el ojo ajeno y nunca la viga en el suyo (Mt. 7,3).

(“Teologia de la Perfeccion Cristiana”, L II, III, cap 5, apéndice del art. 5, fray Antonio Royo Marin OP).
(Imagen: Santo Domingo y el demonio por Pietro della Vecchia).

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