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Razones por las que se mueve el corazón a mayor perfección


“Razones por las que se mueve el corazón a mayor perfección:

Porque me agrada mucho que hayas empezado lo bueno para el honor de Dios, y porque deseo no solo que perseveres sino que continuamente asciendas a mayores obras de virtud, o al menos que las desees vehementemente, te escribo algunas razones por las que podrás excitar y mover tu corazón a las mayores perfecciones de toda virtud, que ni comenzaste ni puedes guardar por tus propias fuerzas.

La primera razón es que si consideras cuán digno es Dios de ser amado y honrado, por su bondad y sabiduría y por sus otras perfecciones, que se hallan en El sin número y sin término, verás que lo que te parece mucho y grande para su honor y su bondad, es mínimo y casi nada respecto de lo que deberías ser tu en comparación con su dignidad. Pongo primero esta razón, porque en todas nuestras obras lo más principal que hemos de procurar es el honor, la reverencia y el amor de Dios, porque en sí mismo es digno de ser amado por toda criatura.

La segunda razón es que, si piensas cuántos menosprecios, vituperios, necesidades, dolores y la pasión acerbísima que sufrió el Hijo de Dios por tu amor, para que le ames y honres, comprenderás que es poco lo que has hecho para amarle y honrarle, según lo que debías haber hecho. Esta razón es más perfecta y elevada que las que siguen. Por eso la pongo en segundo lugar.

La tercera razón es que, si piensas en la inocencia y perfección que deberías tener, según el mandamiento divino, por el que tendrías que estar libre de todo vicio y de toda culpa y en la plenitud de toda virtud, y a tenor del cual debes amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas (Lc 10, 25-28), verás claramente tu debilidad y la distancia a que te encuentras respecto de la inocencia y perfección sobredichas.

La cuarta razón es que, si consideras la multitud y la liberalidad de los beneficios divinos y de las gracias corporales y espirituales que a ti y a otros, o los que solo a ti en particular se te han concedido, sentirás que lo que haces o puedes hacer por Dios es nada para compensar dichas gracias y beneficios divinos, especialmente si consideras la liberalidad y bondad divinas.

La quinta razón es que, si miras la altura y nobleza del premio y de la gloria prometida y preparada para aquellos que hacen las obras de virtud en honor de Dios, pues se les dará una gloria tanto mayor cuanto más virtuosas y mayores sean las obras, conocerás con certeza que tu mérito es nada en comparación de tanta gloria, y desearás hacer obras más virtuosas que las que antes hiciste.

La sexta es que, si te fijas en la hermosura y esplendor, o generosidad que tienen en sí las virtudes, así como la dignidad que recibe el alma por las mismas, y si miras, por otra parte, la vileza y torpeza que tienen en sí los vicios y pecados, y la vileza que por los mismos recibe el alma, te esforzarás, si eres sabio, por adquirir más virtudes y huir más y más de los vicios y pecados.

La séptima razón es que, si contemplas la sublimidad y perfección de la vida de los santos padres y sus muchas y perfectas virtudes, conocerás la imperfección y debilidad de tu vida y de tus obras.

La octava es que, si conoces la grandeza de los pecados y la multitud de ofensas que cometiste contra Dios, conocerás que todas las obras que haces, por más buenas que sean, son nada para satisfacer por vía de justicia las ofensas hechas contra Dios.

La novena es que, si examinas en conjunto lo peligrosas que son las tentaciones de la carne, del mundo y del diablo, trabajarás por alcanzar una mayor firmeza y altura en toda virtud, más que nunca lo hicieras, para poder perseverar con mayor seguridad contra estas tentaciones.

La décima es que, si piensas en el riguroso juicio final de Dios, y con cuánto aparejo de buenas obras y de satisfacción de las ofensas hechas a Dios deberías llegar a este juicio, verás que es muy poco lo que has hecho por buenas obras y penitencia, en comparación con lo que debías haber hecho.

La undécima razón es que, si pensares en la brevedad de tu vida y en la proximidad de tu muerte dudosa, después de la cual no tendrás espacio para hacer obras meritorias ni penitencia, conocerás que con mayor afecto y esfuerzo deberías hacer más obras buenas y más penitencia que la que haces.

La duodécima razón es que, si consideras de qué manera comienzas la vida de perfección, en cualquier grado, pero sin esfuerzo y deseo de subir a mayor perfección y vida más elevada, verás que esto no es posible sino por un fundamento de presunción y soberbia en lo que empezaste. Ni tampoco sin que incluya una gran tibieza y negligencia. Por la presencia de estos dos males, no se puede proceder sin gran peligro de vivir en otros muchos vicios espirituales, como podría demostrarte, aunque sería largo escribirlo literalmente. No dudo, pues, que si quieres estar libre e inmune de esos males, por más que hayas empezado con ansias de una mayor perfección, te debes esforzar todavía más en llegar a una vida más elevada y perfecta. San Bernardo, comentando el Salmo 90, “Qui hábitat”, hablando de aquellos que son fervorosos al principio, pero que después, creyendo que son algo, se entibian, dice: “¡Oh, si supieras cuán poco es lo que tienes y cuán pronto lo pierdes si quien te lo ha dado no lo conserva!” (PL 183,1878).

La decimotercera razón es que, si piensas en los insondables juicios de Dios sobre algunos que perseveraron mucho tiempo en gran santidad y mucha perfección, a los que Dios abandonó por algunos vicios ocultos que creían no tener, no dudo que por más que hayas comenzado una vida elevada, cada día elevarás tus afectos e intenciones, corrigiendo con más cuidado que antes todos los vicios, acercándote a una más plena y perfecta santidad, temiendo que tal vez haya en ti algún pecado oculto por el que mereces ser abandonado.

La decimocuarta razón es que, si piensas en las penas de los condenados en el infierno, que están preparadas para todos los pecadores, creo que te será ligera toda penitencia, humildad, pobreza y todo trabajo que en esta vida puedas padecer por Dios, con tal de evadir tales penas; y que te esforzarás continuamente para mantener una vida de perfección más elevada, temiendo el peligro de llegar a las penas sobredichas.

Eficacia de estas razones:

Traté de las razones anteriores brevemente y sin explicarlas, para que aprendas a pensar cosas profundas sobre pocas palabras, y así cada una de las razones te dará materia para elevada y amplia contemplación. Sin embargo, has de saber que, si quieres aprovechar con las referidas razones, debes considerarlas no solo en el entendimiento, sino que es necesario mover con cierto afecto tu voluntad hacia lo que dictan dichas razones. Y, para que mejor las entiendas, te resumiré brevemente el recuerdo de las mismas, mostrándote cómo no tienen eficacia para el aprovechamiento del alma si no van penetradas de una afección y sentimiento espiritual.

La primera razón no tiene fuerza sino en el alma que tiene un gran espíritu, que siente y contempla la nobleza, perfección y dignidad de Dios y se esfuerza en amarlo y honrarlo sobre todas las cosas, según El es digno.

La segunda razón no tiene eficacia sino en el alma que mediante una cordial devoción siente en el espíritu la caridad y bondad del Hijo de Dios, mostradas en su propia pasión, aceptada por nosotros, y así el alma desea con todas sus fuerzas compensar a Dios, por la caridad y bondad manifestadas en la pasión.

La tercera razón no aprovecha sino al alma que siente la altura de la perfección que Dios requiere y manda que haya en la criatura, la cual, con profunda razón y con gran voluntad, desea cumplir la voluntad y mandato de Dios, caminando hacia dicha perfección.

La cuarta razón solo tiene lugar en el alma que, en el entendimiento y en el afecto, considera la grandeza y nobleza de los beneficios de Dios y de su gracia, y se esfuerza por tributar a Dios un servicio debido, conforme a los beneficios recibidos.

La quinta razón tiene lugar y valor solo en el alma que estima y tiene ferviente amor de la gloria prometida en el paraíso, y que tiene firme fe y esperanza de llegar a esta gloria por las obras buenas de las virtudes, de manera que con las distintas obras buenas se esfuerza por llegar a esa gloria.

La sexta razón no tiene eficacia sino en el alma que tiene horror y abomina de todos los vicios y pecados, y tiene complacencia y amor de las virtudes y de la gracia de Dios, y esto con gran exceso y altura.

La séptima razón solo tiene fuerza en el alma que tiene en gran estima las vidas de los santos, con deseo de imitarlos. Me refiero especialmente a los más perfectos, como son, principalmente, la Virgen María, y después los Apóstoles, San Juan Bautista y San Juan Evangelista.

La octava razón no aprovecha sino al alma que agrava contra sí las ofensas que hizo contra Dios y que tiene gran voluntad de hacer ante Dios justicia y satisfacción de todos sus pecados mediante las obras buenas de virtud.

La novena razón no tiene lugar sino solamente en el alma que siente su propia debilidad y la gravedad y peligro de las tentaciones, por lo que se esfuerza en huir de toda ocasión de caer en la tentación y llegar así a la seguridad de la gracia de Dios.

La décima razón no tiene lugar sino en el alma que reconoce sus pecados y tiene temor cordial a la sentencia del juicio final, que se pronunciará sobre los pecadores que no hicieron penitencia.

La undécima razón no tiene valor sino en el alma que tiene temor a la muerte y que está muy dispuesta a hacer obras meritorias.

La duodécima razón aprovecha solo al alma que siente y entiende que empezando la vida de perfección sin esfuerzo y deseo de llegar a lo más alto, no puede mantenerse sin que se mezclen en ello los señalados vicios y sin peligro de grandes males. Por tanto, ha de querer huir de dichos vicios y peligros.

La decimotercera razón no tiene eficacia sino en el alma que cuida por encima de todo su salvación y que teme quedar separada de la gracia de Dios.

La decimocuarta razón tiene fuerza solo en el alma que teme las penas de los condenados, sintiendo que es digna de llegar a ellas por las ofensas cometidas contra Dios, y quiere y se esfuerza por evitar dichas penas por la satisfacción de la penitencia.

Advierte que el fin y conclusión de cualquiera de las razones deberá fijarse en dos cosas:

Primera, en el sentimiento de la propia imperfección y de la propia nada.

Segunda, en el deseo y esfuerzo por llegar a una vida más perfecta. Pero de tal suerte que el sentimiento de la propia imperfección y de nuestra nada no exista sin el deseo y esfuerzo de mayor perfección y de una vida más elevada, y viceversa”.

(Del “Tratado de la Vida Espiritual” de San Vicente Ferrer OP).

(Imagen: San Vicente Ferrer OP en la iglesia del Santísimo Nombre de María de Roma. Foto de Fr Lawrence Lew OP).

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