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Solemnidad de la Santísima Trinidad.


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Después de la cincuentena pascual, en que hemos celebrado solemnemente el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte, culminando el domingo pasado con la fiesta de Pentecostés, el nacimiento de la Iglesia y los inicios de la predicación cristiana, hoy se nos concede celebrar la Solemnidad de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Este es el fundamento de nuestro Credo, que proclamamos cada domingo en la Eucaristía, quizá algo cansina o rutinariamente, pero que hoy deberíamos considerar más despacio: Creo en Dios Padre, Todopoderoso…; creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor…; creo en el Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida. Es la fiesta de un Dios que es comunión, y que se da a nosotros en plenitud. Y estamos invitados a entrar en su Misterio de Amor infinito.

La Unidad en la Diversidad para la Donación

¡Vana ilusión! sería pretender conocer a Dios, que habita en una luz inaccesible, comprenderlo, abarcarlo. Él es un misterio que nos sobrepasa. Ya lo dijo San Agustín: “Si lo entiendes, no es Dios”. Dios se ha ido revelando a través de la historia de un pueblo no como una “idea” o “concepto filosófico” más o menos elaborado, sino como un Dios-Amor que se dona hasta el culmen de la Encarnación del Verbo y el envío del Espíritu Santo.

Imposible llegar a comprender plenamente semejante “abismo de generosidad”, como dirá San Pablo. Pero lo que sí es posible es acrecentar el deseo de ser templos habitados por la Trinidad, realidad que a muchos santos les ha cautivado el corazón.  La liturgia de esta gran solemnidad nos propone unas claves para descubrir la impresionante riqueza de este misterio que es sin duda la luz, el gozo, la fuerza y alimento que necesitamos en nuestro caminar hacia Dios. Porque Dios es para el hombre de hoy y de todos los tiempos.

Nuestro Dios no es un ser aislado, frío y distante. Primordialmente es comunión, es “comunidad”. Es un ser relacional en sus tres personas, en la Unidad y la Diversidad. Cada una de las lecturas de hoy parece que nos habla de una de estas tres personas, Padre, Hijo, y Espíritu Santo. Tradicionalmente se han atribuido distintas acciones a cada una de las personas trinitarias; y sin embargo, es imposible que estén separadas.

La primera lectura personifica la Sabiduría de Dios y nos remonta al tiempo antes de la creación del mundo, como testigo privilegiada de la gran obra de la creación. Nos propone un ambiente de total inocencia, de un candor casi infantil (“jugaba en su presencia, jugaba con la bola de la tierra”). Un precioso modo de expresar la ausencia total de maldad y división en el seno de la Trinidad. Todo es belleza, paz, armonía y  orden.

En la segunda lectura, San Pablo hace un resumen magistral de la obra de la redención de Cristo: “Hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo”. El hombre, creado para la comunión con Dios y con los demás, la perdió por el pecado. Dios, en su revelación progresiva, restaura la unidad perdida por la Encarnación, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Y como prenda de la esperanza, que no defrauda, el Espíritu Santo ha sido derramado en nuestros corazones.

En el Evangelio, Jesús habla a los discípulos casi con “nostalgia” del Padre y del Espíritu, como ansiando “volver” a ese círculo infinito de amor y hacerles partícipes a ellos también de algún modo: “hablará de lo que oye”, “recibirá de mí lo que os irá comunicando”. Desea que los discípulos lleguen a la verdad plena, pero él no puede proporcionarla: es tarea del Espíritu a lo largo de la historia.

En todo ello podemos contemplar una plena Unidad en la Diversidad. Y una total donación de Amor: la creación, la redención, el Espíritu Santo como guía en la vida, todo entregado en plenitud para el hombre.

En un mundo tan dividido, disgregado, con rupturas interiores, con individualismos y diferencias tan marcadas, Dios Uno y Trino nos llama a ser nuevamente UNO, a volver –por su gracia- a la “imagen y semejanza” perdida. Y esto empezando por los niveles que tenemos más al alcance: en nuestra familia, parroquia, comunidad… Si somos unidad en lo pequeño y accesible, al final lo seremos también a gran escala. Tomamos en esta ocasión palabras de San Cirilo de Alejandría:  “Todos nosotros ya no somos más que una sola cosa en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: una sola cosa por identidad de condición, por la asimilación que obra el amor, por comunión de la santa humanidad de Cristo y por participación del único y santo Espíritu”.

La fiesta de hoy es también una llamada a “salir” de nosotros mismos, a expandir el testimonio de nuestra fe, allá donde sea necesario, con nuestra vida. A esto nos alienta también constantemente el Papa Francisco: “Iglesia de puertas abiertas no sólo para recibir, sino fundamentalmente para salir y llenar de Evangelio la calle y la vida de los hombres de nuestro tiempo. Si la Iglesia permanece encerrada en sí misma, auto-referencial, envejece. Entre una Iglesia accidentada que sale a la calle y una Iglesia enferma de autoreferencialidad, no tengo ninguna duda: prefiero la primera".

Jornada Pro Orantibus: Centinelas de la oración

Celebra hoy la Iglesia en España la Jornada Pro Orantibus, un día para recordar en la oración a los monjes y monjas de vida contemplativa. La palabra “centinela” expresa vigilancia, atención, dedicación plena. Esta es la misión recibida, recordar a los demás que hay Alguien que nos trasciende, que nos cautiva y que merece toda nuestra alabanza y adoración durante toda nuestra vida. Ser centinela es también estar a la espera del Novio que, sin duda, viene, y poder de algún modo “avisar” a los demás, para que también ellos entren al Banquete de Bodas.

¡Deidad eterna, oh alta y eterna Deidad, oh sumo y eterno Padre, oh Fuego que ardes sin cesar! Tú, Padre eterno, alta Trinidad, eres fuego inextinguible de caridad. ¡Oh Deidad, Deidad! ¿Cómo se manifiestan tu grandeza y bondad? Por el don que has otorgado al hombre. ¿Y qué don le has otorgado? A ti mismo, Trinidad eterna. Gracias, gracias te sean dadas, alta y eterna Trinidad porque con tu luz diste consuelo a mi alma. Yo soy la que no soy, y tú el que eres; por tanto, emprende la acción de gracias a ti mismo concediéndome que pueda alabarte. (Santa Catalina de Siena)

[Monjas Dominicas, Palencia – España]

(24 de mayo de 2013)