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Cosas que debemos saber: ¿Judas Iscariote se arrepintió? Veamos las enseñanzas del Magisterio al respecto...

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El capitel de la Basílica de Santa María Magdalena en Vèzelay, con Jesús llevando el cuerpo del apóstol traidor (Nota CULTURAL E HISTORICA Lastima que dicho capitel fue obra de masones durante la secularizacion de la Basilica en la epoca de la Ilustración).

Hoy en día se a puesto de moda debido al modernismo imperante, el defender lo indefendible, se ha llegado al absurdo de cuasi canonizar a Judas el Traidor, realmente en este momento es importante dejar en claro cual es la enseñanza real de la Iglesia apoyados en la Tradición Apostólica.

Alberto.OP I – Judas, el traidor
San Juan Crisóstomo En Judas no había esperanza de enmienda Cristo lavó los pies al traidor, sacrílego y ladrón, y esto al tiempo mismo de la traición; y cuando no había esperanza alguna de enmienda, lo hizo partícipe de su mesa. (San Juan Crisóstomo. Comentarios del Evangelio de San Juan, Homilía LXXI)
Benedicto XVI Judas tenía la marca del diablo: la falsedad
Por último, Jesús sabía que incluso entre los doce Apóstoles había uno que no creía: Judas. También Judas pudo haberse ido, como lo hicieron muchos discípulos; es más, tal vez tendría que haberse ido si hubiera sido honrado. En cambio, se quedó con Jesús. Se quedó no por fe, no por amor, sino con la secreta intención de vengarse del Maestro. ¿Por qué? Porque Judas se sentía traicionado por Jesús, y decidió que a su vez lo iba a traicionar. Judas era un zelote, y quería un Mesías triunfante, que guiase una revuelta contra los romanos. Jesús había defraudado esas expectativas. El problema es que Judas no se fue, y su culpa más grave fue la falsedad, que es la marca del diablo. Por eso Jesús dijo a los Doce: “Uno de vosotros es un diablo” (Jn 6, 70). (Benedicto XVI. Ángelus, 26 de agosto de 2012)
San Efrén de Nisibe Judas desdeñó la caridad y se adentró en las tinieblas
¡Oh! ¡De cuantas grandezas, de cuanta felicidad nos privamos, cuando nos falta caridad! Judas la desdeñó, y se retiró de la compañía de los apóstoles. Abandonando a la Luz Verdadera, su Maestro, y odiando a sus hermanos paso a paso se adentró en las tinieblas. Es debido a esto que Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, dice “…el puesto que Judas desertó para irse a su propio puesto” (Hch 1, 25). Y así mismo, Juan el Divino: “Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe a dónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos” (1 Jn 2, 11). (San Efrén de Nisibe. Sermón V sobre Mt 11, 29)
Benedicto XVI El corazón del traidor se intensificaba en oscuridad
En efecto, en la liturgia de hoy el evangelista San Mateo propone a nuestra meditación el breve diálogo que tuvo lugar en el Cenáculo entre Jesús y Judas. “¿Acaso soy yo, Rabbí?”, pregunta el traidor del Divino Maestro, que había anunciado: “Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará”. La respuesta del Señor es lapidaria: “Sí, tú lo has dicho” (cf. Mt 26, 14-25). Por su parte, San Juan concluye la narración del anuncio de la traición de Judas con pocas, pero significativas palabras: “Era de noche” (Jn 13, 30). Cuando el traidor abandona el Cenáculo, se intensifica la oscuridad en su corazón. (Benedicto XVI. Audiencia general, 4 de abril de 2007)
Pío XII Judas con ánimo impío, infiel y obstinado entregó a Jesús
Pero particularmente se conmovió de amor y de temor su Corazón, cuando ante la hora ya tan inminente de los crudelísimos padecimientos y ante la natural repugnancia a los dolores y a la muerte, […] vibró luego con invicto amor y con amargura suma, cuando, aceptando el beso del traidor, le dirigió aquellas palabras que suenan a última invitación de su Corazón misericordiosísimo al amigo que, con ánimo impío, infiel y obstinado, se disponía a entregarlo en manos de sus verdugos: “Amigo, ¿a qué has venido aquí? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre? (Lc 22, 48). (Pío XII. Encíclica Haurietis aquas, n. 19, 15 de mayo de 1956)
San Juan Crisóstomo Por su nefanda traición, Judas perdió su puesto y dignidad
Mas, no solamente se dejaba sentir, algunas veces así su presencia, sino que algunas veces era visto en su forma. Examinando con cuidado los hechos, observamos que el Salvador, después de la resurrección fue visto once veces por los apóstoles, y luego fue elevado a su Padre. Y esto ¿por qué? Porque tenía once discípulos, una vez que Judas había sido expulsado del Colegio Apostólico, y a causa de su nefanda traición había perdido su puesto y dignidad. Por esto, pues, se aparece once veces a sus discípulos. Y no a todos a la vez, sino de varios modos: unas veces a éstos y otras a otros. Como cuando se apareció a los discípulos, pero estando ausente Tomás, y luego estando ya presente. (San Juan Crisóstomo. Homilía I sobre la Ascensión del Señor)
II – ¿Arrepentimiento o desesperación? La diferencia entre Judas y San Pedro
Benedicto XVI
El arrepentimiento de Pedro alcanzó el perdón, el de Judas degeneró en desesperación
Recordemos que incluso Pedro quería oponerse a él y a lo que le esperaba en Jerusalén, pero recibió una fortísima reprensión: “Tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (Mc 8, 33). Tras su caída, Pedro se arrepintió y encontró perdón y gracia. También Judas se arrepintió, pero su arrepentimiento degeneró en desesperación y así se transformó en autodestrucción. (Benedicto XVI. Audiencia General, 18 de octubre de 2006)
Catecismo Mayor de San Pío X
San Pedro amargó el Corazón de Jesús, pero lloró su pecado toda la vida Disuelta la junta de los jueces, fue entregado Jesús a los sayones, que durante aquella noche le injuriaron y ultrajaron con bárbaros tratamientos. En esta misma dolorosa noche, Pedro amargó también el Corazón de Jesús negándole tres veces. Pero mirado por Jesús, volvió en sí y lloró su pecado toda la vida. (Catecismo Mayor de San Pío X, n. 108)
San Juan Crisóstomo
San Pedro lloraba no por el castigo sino porque había negado a quien tanto quería No se atrevía San Pedro a llorar delante de los demás, no fuera que sus lágrimas lo traicionasen; sino que saliendo fuera, lloró. Lloraba, no por el castigo, sino porque había negado a quien tanto quería, lo que lo consumía más que cualquier castigo. (San Juan Crisóstomo citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Lc 22, 54-62)
León I Magno El pérfido Judas llegó hasta la horca, Pedro a lágrimas purificadoras
El pérfido Judas, embriagado con ese veneno [la avaricia], en su sed de ganancia llegó hasta la horca. Y fue tan insensatamente impío, que llegó a vender por treinta monedas a su Señor y a su Maestro. Pero mientras el Hijo de Dios se ofrecía para sufrir un juicio inicuo, el bienaventurado apóstol Pedro, cuya fe ardía con tal devoción que estaba dispuesto a sufrir y a morir con su Señor, se deja atemorizar por la calumnia de una sirvienta del sumo sacerdote, y por debilidad cayó en el peligro de renegar. Hesitación permitida, parece, para que en el jefe de la Iglesia fuese fundado el remedio de la penitencia y para que ninguno se atreviese a fiarse de su virtud, cuando el mismo San Pedro no había podido escapar del peligro de la inconstancia. Mas el Señor, cuyo solo cuerpo estaba en medio de la congregación de los pontífices, vio fuera con su mirada divina la turbación de su discípulo. Después que le miró, se levantó el corazón del que temblaba y lo incitó a las lágrimas del arrepentimiento. ¡Felices lágrimas las tuyas, santo apóstol, que para limpiar la culpa de tu negación tuvieron la virtud del santo bautismo! (León I Magno. Homilía IX, 4)
Benedicto XVI
Tanto Judas como Pedro estaban afligidos: uno se ahorcó, el otro se convirtió
Volvamos a la segunda Bienaventuranza: “Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados”. ¿Es bueno estar afligidos y llamar bienaventurada a la aflicción? Hay dos tipos de aflicción: una, que ha perdido la esperanza, que ya no confía en el amor y la verdad, y por ello abate y destruye al hombre por dentro; pero también existe la aflicción provocada por la conmoción ante la verdad y que lleva al hombre a la conversión, a oponerse al mal. Esta tristeza regenera, porque enseña a los hombres a esperar y amar de nuevo. Un ejemplo de la primera aflicción es Judas, quien —profundamente abatido por su caída— pierde la esperanza y lleno de desesperación se ahorca. Un ejemplo del segundo tipo de aflicción es Pedro que, conmovido ante la mirada del Señor, prorrumpe en un llanto salvador: las lágrimas labran la tierra de su alma. Comienza de nuevo y se transforma en un hombre nuevo. (Benedicto XVI. Jesús de Nazaret, vol. 1, parte 1, cap. 4.1, p. 40)
León I Magno
Judas se cerró a todas las manifestaciones de misericordia, y se volvió contra sí mismo Judas, el traidor, no alcanzó aquella gracia, ya que este hijo de la perdición (Jn 17, 12), a cuya diestra se puso el demonio (Ps 108, 6), murió a manos de su desesperación; aún mientras Cristo consumaba el misterio de la redención universal. Hasta él, quizá, hubiera obtenido el perdón de no haberse precipitado a llegar al palo de la horca, porque el Señor murió por todos los malhechores. Mas, ninguna exhortación a la misericordia del Salvador encontró cabida en este malvado corazón, en un tiempo entregado a pequeñas mezquindades y más tarde dedicado a traficar en este pavoroso parricidio. Este traidor impío, cerrando su mente a todas las manifestaciones de misericordia de Nuestro Señor, se volvió contra sí mismo, mas no con el arrepentimiento como propósito, si no en la locura de su propia ruina: es así que este hombre que había vendido al Autor de la vida a los ejecutores de su muerte, en el mismo acto de morir pecó para mayor incremento de su eterna pena. (León I Magno. Sermón 62, De passione Domini, XI)
San Agustín de Hipona
Judas no dio lugar a arrepentirse y a hacer penitencia
Sabemos que no existe ley alguna que permita quitar la vida, incluso al culpable, por iniciativa privada, y, por tanto, quien se mata a sí mismo es homicida. […] Concedamos con razón el hecho de Judas: la Verdad manifiesta que, al suspenderse de un lazo, más bien aumentó que expió la felonía de su traición. En efecto, desesperando de la divina misericordia con mortales remordimientos, cerró para sí todo camino de una penitencia salvadora. Pues bien, ¡cuánto más debe abstenerse del suicidio quien no tiene culpa alguna que castigar en tal suplicio! Porque Judas, al matarse, mató a un delincuente, y a pesar de todo acabó su propia vida no solamente reo de la muerte de Cristo, sino de la suya propia. Se suicidó por su propio crimen, pero, además, añadió un segundo crimen. (San Agustín de Hipona. Ciudad de Dios, L. I, c. 17)
Santa Catalina de Siena
La desesperación de Judas desagradó más a Dios que su traición
Este es aquel pecado que no se perdona ni en esta ni en la otra vida, porque despreció mi misericordia, y este solo pecado es mayor que todos los otros que cometió. Y así la desesperación de Judas me desagradó más, y fue más enojosa a mi Hijo que la traición que le hizo. Asique son argüidos de este falso juicio, esto es, de haber tenido por mayor su pecado que mi misericordia; y por tanto son castigados con los demonios, y eternamente atormentados con ellos. (Santa Catalina de Siena. Diálogo, trat. I, cap. XXXVII)
San Juan de Ávila
Judas viendo cuán grave mal había cometido, cedió a la desesperación
Otra arte suele tener el demonio contraria a esta pasada, la cual es, no haciendo ensalzar el corazón, más abajándole y desmayándolo, y así traerlo a desesperación. Y esto hace trayendo a la memoria no los bienes que el hombre ha hecho, mas sus pecados, gravándoselos cuanto puede, para que, espantado con la muchedumbre y graveza de ellos, caya desmayada como debajo de carga pesada, y así desespere. De esta manera hizo con Judas, que, al hacer del pecado, quitóle delante la graveza de él, y después trájole a la memoria cuán grave mal era haber vendido a su maestro y por tan poco precio, y para tan mala muerte. Cególe los ojos con la grandeza del pecado, y dio con él en el lazo, y de allí en el infierno. (San Juan de Ávila. Audi filia et vide, c. 3, n. 6)
Orígenes
Judas que no procuró hacer penitencia se dejó llevar por la tristeza inspirada por el diablo Cuando el diablo se aparta de alguno, observa el instante favorable, y cuando le ha inducido a un segundo pecado, acecha la ocasión para el tercero. A la manera que aquél que primero abusó de la esposa de su padre, se arrepintió de esta maldad; pero después el diablo exageró de tal manera su tristeza que llegó al extremo de perder al desgraciado. Algo semejante pasó en Judas, pues luego que se arrepintió, no supo contener su corazón, sino que se dejó llevar de la tristeza inspirada por el diablo, la cual le perdió. Y sigue: “Y marchándose se ahorcó”. Pero si hubiera procurado hacer penitencia y la hubiese practicado a tiempo, sin duda hubiera encontrado a aquél que dijo: “No quiero la muerte del pecador” (Ez 33,11). (Orígenes citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Mt 27, 1-5)
III – ¿Judas es digno de compasión? Los 2000 años de enseñanza de la Iglesia hablan en sentido negativo
Sagradas Escrituras
¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! “¡Ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!” (Mt 26, 24)
León XIII Querer tirar Judas de la infamia es el culmen de las afrontas
En estos últimos meses no se ha perdonado siquiera a la augustísima Persona de Jesucristo, Salvador Nuestro. […] No se han avergonzado de intentar arrancar de su eterna infamia a aquel hombre que es reo del crimen y de la perfidia muy aborrecible por su suprema monstruosidad, la mayor de que haya memoria entre los hombres, al traidor de Cristo. (León XIII. Encíclica Iucunda sempre expectatione, n. 16, 8 de septiembre de 1894)
Benedicto XVI
Sólo el nombre de Judas suscita entre los cristianos una reacción de reprobación
Ya sólo el nombre de Judas suscita entre los cristianos una reacción instintiva de reprobación y de condena. El significado del apelativo “Iscariote” es controvertido: la explicación más común dice que significa “hombre de Keriot”, aludiendo a su pueblo de origen, situado cerca de Hebrón y mencionado dos veces en la Sagrada Escritura (cf. Jos 15, 25; Am 2, 2). Otros lo interpretan como una variación del término “sicario”, como si aludiera a un guerrillero armado de puñal, llamado en latín sica. Por último, algunos ven en ese apodo la simple trascripción de una raíz hebreo-aramea que significa: “el que iba a entregarlo”. Esta designación se encuentra dos veces en el cuarto Evangelio: después de una confesión de fe de Pedro (cf. Jn 6, 71) y luego durante la unción de Betania (cf. Jn 12, 4). (Benedicto XVI. Audiencia general, 18 de octubre de 2006)
Judas ya no era capaz de conversión
En Judas encontramos el peligro que atraviesa todos los tiempos, es decir, el peligro de que también los que “fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron partícipes del Espíritu Santo” (Heb 6, 4), a través de múltiples formas de infidelidad en apariencia intrascendentes, decaigan anímicamente y así, al final, saliendo de la luz, entren en la noche y ya no sean capaces de conversión. En Pedro vemos otro tipo de amenaza, de caída más bien, pero que no se convierte en deserción y, por tanto, puede ser rescatada mediante la conversión. (Benedicto XVI. Jesús de Nazaret, vol. II, cap. 3, p. 31)
León I Magno
Judas persiste en la perfidia y no reconoce a Jesús como Hijo de Dios
Diciendo, sin embargo: “He pecado, entregando sangre inocente”, persiste en la perfidia de su impiedad no reconociendo a Jesús como Hijo de Dios, sino tan sólo como hombre de nuestra condición puesto en peligro de muerte, cuya misericordia hubiese inclinado a su favor, si no hubiera negado su omnipotencia. (León I Magno. Sermón LII, 5)
San Agustín de Hipona
Demos gracias a Dios Padre y detestemos a Judas
Ya veis cuántas cosas nos ofrece Dios por medio de los hombres malos; sin embargo no les retribuirá según lo que de ellos nos ofrece a nosotros, sino conforme a su malicia. Fijaos cuántas cosas nos ha dado, derivadas de aquel enormísimo crimen de Judas el traidor. Judas entregó a la muerte al Hijo de Dios, y por su pasión fueron redimidos todos los pueblos y han conseguido la salvación. Aunque a Judas no se le pagó por la salvación del mundo, sino se le dio el suplicio por su maldad. Pues si en la entrega de Cristo no ha de tenerse en cuenta la intención de quien lo entrega, entonces Judas coincide con lo que hizo el Padre, del cual está escrito que: “No perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros como víctima y ofrenda a Dios en olor de suave fragancia”. Y también que Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella. Y sin embargo damos gracias a Dios Padre, que no perdonó a su Hijo unigénito, sino que lo entregó por nosotros, y damos gracias al mismo Hijo, que se entregó por nosotros, y en ello cumplió la voluntad del Padre; y detestamos a Judas, por cuya acción Dios nos ofreció tan inmenso beneficio, y decimos acertadamente que Dios le devolvió el pago de su iniquidad, y lo exterminó conforme a su malicia. Pues él no entregó a Cristo por nuestra salvación, sino por el dinero del contrato, aun cuando la entrega de Cristo sea nuestra redención, y su venta nuestra salvación. (San Agustín de Hipona. Comentario al Salmo 93, n. 28)
Judas no es digno de compasión sino de condena
¿No has oído o leído cómo, a propósito del traidor Judas, digno de condena, dice una profecía en el salmo que lo anuncia: Su oración le sea computada como pecado? (San Agustín de Hipona. Sermón 56, n. 2)
Cristo nos redimió con su sangre y castigó a Judas
Judas, como traidor fue castigado, y Cristo crucificado; pero nos redimió con su sangre, y castigó a Judas por haberle puesto un precio. Arrojó el precio de plata con el que había vendido al Señor, y no supo reconocer el precio por el cual era él redimido por el Señor. Esto sucedió con Judas. (Agustín de Hipona. Sermón 68, n. 11)
Nota doctrinal: ¿Qué es el arrepentimiento (contrición)? ¿Qué es la desesperación?
Catecismo de la Iglesia Católica
Por la desesperación el hombre deja de esperar de Dios el perdón de sus pecados El primer mandamiento se refiere también a los pecados contra la esperanza, que son la desesperación y la presunción: Por la desesperación, el hombre deja de esperar de Dios su salvación personal, el auxilio para llegar a ella o el perdón de sus pecados. Se opone a la Bondad de Dios, a su Justicia —porque el Señor es fiel a sus promesas— y a su misericordia. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2091)
Concilio de Trento (XIX Ecuménico)
La contrición es dolor del alma y detestación del pecado cometido
La contrición, que ocupa el primer lugar entre los mencionados actos del penitente, es un dolor del alma y detestación del pecado cometido, con propósito de no pecar en adelante. Ahora bien, este movimiento de contrición fue en todo tiempo necesario para impetrar el perdón de los pecados, y en el hombre caído después del bautismo, solo prepara para la remisión de los pecados si va junto con la confianza en la divina misericordia y con el deseo de cumplir todo lo demás que se requiere para recibir debidamente este sacramento. (Denzinger-Hünermann 1676. Concilio de Trento, Sesión XIV, c. IV, La contrición, 25 de noviembre de 1551)
Santo Tomás de Aquino
El arrepentimiento viene de la esperanza y la desesperación del vicio opuesto
La falsa apreciación de Dios, en cambio, es pensar que niega el perdón a quien se arrepiente, o que no convierta a sí a los pecadores por la gracia santificante. Por eso, de la misma manera que es laudable y virtuoso el movimiento de la esperanza conforme con la verdadera apreciación de Dios, es vicioso y pecado el movimiento opuesto de desesperación y acorde con la estimación falsa de Él. (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica, II-II, q. 20, a. 1) La desesperación es un pecado contra la esperanza y hace descender al infierno Los pecados opuestos a las virtudes teologales son, por su género, más graves que los demás. […] Ahora bien, a las virtudes teologales se oponen la infidelidad, la desesperación y el odio a Dios. […] Por eso mismo, perdida la esperanza, los hombres se lanzan sin freno en el vicio y abandonan todas las buenas obras. Por eso, exponiendo la Glosa las palabras si, caído, desesperas en el día de la angustia, se amenguará tu fortaleza (Pr 24, 10), escribe: No hay cosa más execrable que la desesperación; quien la padece pierde la constancia no sólo en los trabajos corrientes de esta vida, sino también, mucho peor, en el certamen de la fe. Y San Isidoro, por su parte en el libro De summa bono, escribe: Perpetrar pecado es muerte para el alma; mas desesperar es descender al infierno. (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica II-II, q. 20, a. 3)
La desesperación hace creer que nunca podrá aspirar a ningún bien
Por otra parte, el hombre llega a no considerar como posible de alcanzar por sí mismo o por otro el bien arduo cuando llega a gran abatimiento, ya que cuando éste establece su dominio en el afecto del hombre, le hace creer que nunca podrá aspirar a ningún bien. Y como la acidia es un tipo de tristeza que abate al espíritu, engendra, por lo mismo, la desesperación, dado que lo específico de la esperanza radica en que su objeto sea algo posible; lo bueno y lo arduo pertenecen también a otras pasiones. Por eso, la desesperación nace sobre todo de la acidia, si bien puede nacer igualmente de la lujuria, como hemos dicho. (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica II-II, q. 20, a. 4) San Juan Crisóstomo
El hijo prodigo se arrepintió y no perdió la esperanza
Hubiera muerto con la más desastrada de las muertes [el hijo prodigo]. Pero como se arrepintió y no perdió la esperanza, después de corrupción tan grande volvió a su primer esplendor, se vistió de la más bella vestidura y obtuvo honor mayor que el hijo que jamás había caído. (San Juan Crisóstomo. Exhortación a Teodoro I) San Juan Casiano
El arrepentimiento es causa de penitencia saludable, la desesperación lleva a la muerte En un caso solamente debe parecernos útil la tristeza, y es cuando la concebimos para el arrepentimiento de nuestras faltas, o por el deseo de perfección, o por el de la contemplación de la futura bienaventuranza. De esta especie de tristeza ha dicho el Apóstol: La tristeza según Dios es causa de penitencia saludable, de que jamás hay por que arrepentirse; mientras que la tristeza según el mundo lleva a la muerte (2 Co 7, 10) (San Juan Casiano. Instituciones IX, 10) Juan Pablo II
La actitud correcta del arrepentido es ponerse en el camino del retorno a Dios
En realidad, reconciliarse con Dios presupone e incluye desasirse con lucidez y determinación del pecado en el que se ha caído. Presupone e incluye, por consiguiente, hacer penitencia en el sentido más completo del término: arrepentirse, mostrar arrepentimiento, tomar la actitud concreta de arrepentido, que es la de quien se pone en el camino del retorno al Padre. Esta es una ley general que cada cual ha de seguir en la situación particular en que se halla. (Juan Pablo II. Exhortación apostólica Reconciliatio et paenitentia, n. 13, 2 de diciembre de 1984) Benedicto XVI
Arrepentimiento es una apertura del corazón al perdón
En un caso se subraya que no hay perdón sin arrepentimiento, sin deseo del perdón, sin apertura de corazón al perdón. Aquí se pone de relieve que sólo el perdón divino y su amor recibido con corazón abierto y sincero nos dan la fuerza para resistir al mal y “no pecar más”, para dejarnos conquistar por el amor de Dios, que se convierte en nuestra fuerza. (Benedicto XVI. Homilía en la visita pastoral a la Parroquia Romana de Santa Felicidad e hijos, 25 de marzo de 2007)
Nota importante:
A – De hecho, los fariseos se encerraban sobre sus leyes humanas
Benedicto XVI
Los fariseos inventaban leyes propias
Por eso, las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy contra los escribas y los fariseos nos deben hacer pensar también a nosotros. Jesús hace suyas las palabras del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos” (Mc 7, 6-7; cf. Is 29, 13). Y luego concluye: “Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres” (Mc 7, 8). (Benedicto XVI. Ángelus, 2 de septiembre 2012)
Los fariseos hicieron un sistema de observancia exteriorizado y esclavizante Es un tipo de observancia [la de la familia de Jesús] totalmente distinta de la que encontramos en los fariseos del Evangelio, que habían hecho de ella un sistema exteriorizado y esclavizante. (Benedicto XVI. Homilía en la Misa con los ex alumnos del Papa, 30 de agosto de 2009)
B –Pero el grande problema no era que ellos se volviesen a las leyes, sino que estas leyes no eran de Dios
San Ireneo de Lyon
Los fariseos habían fabricado leyes porque violaban la ley de Dios
Como Isaías escribe: “Este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me honran, cuando enseñan doctrinas y preceptos humanos” (Is 29, 13). Llama preceptos humanos y no ley dada por Moisés a las tradiciones que los padres de aquéllos (fariseos) habían fabricado, por defender las cuales violaban la Ley de Dios, y por eso tampoco obedecían a su Verbo. Esto es lo que Pablo afirmó acerca de ellos: “Ignorando la justicia de Dios, y tratando de imponer su propia justicia, no se sometieron a la justicia de Dios. Pues el fin de la Ley es Cristo, para justificar a todos los creyentes” (Rom 10, 3-4). Más, ¿cómo podría Cristo ser fin de la Ley, si no fuese también su principio? Pues, quien decidió el fin, también llevó a cabo el principio; y es el mismo que dijo a Moisés: “He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, y he bajado para liberarlo” (Ex 3, 7-8): desde el principio el Verbo de Dios se habituó a subir y bajar para salvar a quienes el mal tiene sometidos. (San Ireneo de Lyon. Contra los herejes, L. IV, 2.4)
Benedicto XVI
En el tiempo de Jesús la religión consistía en la práctica de costumbres secundarias Así la religión pierde su auténtico significado, que es vivir en escucha de Dios para hacer su voluntad —que es la verdad de nuestro ser—, y así vivir bien, en la verdadera libertad, y se reduce a la práctica de costumbres secundarias, que satisfacen más bien la necesidad humana de sentirse bien con Dios. Y este es un riesgo grave para toda religión, que Jesús encontró en su tiempo. (Benedicto XVI. Ángelus, 2 de septiembre de 2012)
San Juan Crisóstomo
Contra el mandato de Moisés ellos introducían novedades en la ley
Mirad cómo son cogidos en su misma pregunta. Porque no dicen: por qué traspasan la ley de Moisés; sino: la tradición de los ancianos. Por donde se ve bien claro que los sacerdotes introducían muchas novedades, a pesar de haber dicho Moisés (Dt 4,2): “No añadiréis nada a la palabra que os propongo hoy, ni quitaréis nada de ella” y cuando les convenía quedar exentos de ciertas observancias, se comprometían con otras nuevas, por temor de que alguno les usurpara el poder supremo, queriendo ser más temibles, como si fueran ellos los legisladores. (San Juan Crisóstomo citado por Santo Tomás de Aquino. Catena Aurea in Mt 15, 1-6)
C – Por tanto, el problema no es abolir las leyes, sino cumplir la voluntad de Dios Sagradas Escrituras
No he venido a abolir la Ley, sino a darle la plenitud
No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos. (Mt 5, 17-20)
San Ireneo de Lyon
Cristo no abolió los preceptos naturales de la Ley
El Señor no abolió los preceptos naturales de la Ley, por los cuales se justifica el ser humano, los cuales incluso guardaban antes de la Ley aquellos que fueron justificados por la fe y agradaban a Dios; por el contrario, los amplió y llevó a la perfección (Mt 5, 17), como lo muestran sus palabras: “Se dijo a los antiguos: No cometerás adulterio. Pero yo os digo: todo aquel que viere a una mujer para desearla, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28). Y añadió: “Se ha dicho: No matarás. Pero yo os digo: todo el que sin motivo se enoje contra su hermano, es reo de juicio” (Mt 5, 21-22). Y: “Se ha dicho: No perjurarás. Pero yo os digo que no debéis jurar en absoluto. Que vuestras palabras sean: Sí, sí, y no, no” (Mt 5, 33-34.37). Y otras cosas parecidas. (San Ireneo de Lyon. Contra los herejes, L. IV, 3.1) Catecismo de la Iglesia Católica
Cristo no revocó la ley, sino la perfeccionó
La misma Palabra de Dios, que resonó en el Sinaí para dar a Moisés la Ley escrita, es la que en Él se hace oír de nuevo en el Monte de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 1). Esa palabra no revoca la Ley sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva: “Habéis oído también que se dijo a los antepasados […] pero yo os digo” (Mt 5, 33-34). Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas “tradiciones humanas” (Mc 7, 8) de los fariseos que “anulan la Palabra de Dios” (Mc 7, 13). (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 581) Juan Pablo II
Cristo no acepta la interpretación que ellos daban a la ley
Veámoslo por de pronto desde el punto de vista de los oyentes directos del sermón de la montaña, de los que escucharon las palabras de Cristo. Son hijos e hijas del pueblo elegido, pueblo que había recibido la “ley” del propio Dios-Jahvé, había recibido también a los “Profetas”, los cuales, repetidamente, a través de los siglos, habían lamentado precisamente la relación mantenida con esa Ley, las múltiples transgresiones de la misma. También Cristo habla de tales transgresiones. Más aún, habla de cierta interpretación humana de la Ley, en que se borra y desaparece el justo significado del bien y del mal, específicamente querido por el divino Legislador. La ley, efectivamente, es sobre todo, un medio, un medio indispensable para que “sobreabunde la justicia” (palabras de Mt 5, 20, en la antigua versión). Cristo quiere que esa justicia “supere a la de los escribas y fariseos”. No acepta la interpretación que a lo largo de los siglos han dado ellos al auténtico contenido de la Ley, en cuanto que han sometido en cierto modo tal contenido, o sea el designio y la voluntad del Legislador, a las diversas debilidades y a los límites de la voluntad humana, derivada precisamente de la triple concupiscencia. Era esa una interpretación casuística, que se había superpuesto a la originaria visión del bien y del mal, enlazada con la ley del Decálogo. Si Cristo tiende a la transformación del ethos, lo hace sobre todo para recuperar la fundamental claridad de la interpretación: “No penséis que he venido a abrogar la Ley o los Profetas; no he venido a abrogarla, sino a hacer que se cumpla” (Mt 5, 17). Condición para el cumplimiento de la ley es la justa comprensión. Y esto se aplica, entre otras cosas, al mandamiento “no cometer adulterio. (Juan Pablo II. Audiencia general, 13 de agosto de 1980)
San Ireneo de Lyon
La perfección de la ley fue cumplida en la Iglesia
Sus servidores habrían sido mentirosos y no habrían sido enviados por el Señor, si Cristo no hubiese venido tal como ellos habían predicado, y si no se hubiesen cumplido sus palabras. Por eso decía: “No penséis que he venido a abolir la Ley o los profetas. No he venido a abolirlos, sino a darles cumplimiento. En verdad, en verdad os digo, el cielo y la tierra pasarán antes de que deje de cumplirse una iota o un acento de la Ley y los profetas, hasta que todo se cumpla” (Mt 5, 17-18). En efecto, cumplió todas las promesas en su venida, y en su Iglesia sigue cumpliendo el Nuevo Testamento predicho por la Ley, hasta el fin de los siglos. Así lo predicó su Apóstol Pablo en la Carta a los Romanos: “Ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia del Señor, de la cual dan testimonio la Ley y los profetas” (Rm 3,21). “El justo vivirá de la fe” (Rm 1,17). Y que el justo viviría por la fe, ya había sido anunciado por los profetas (Hab 2,4). (San Ireneo de Lyon. Contra los herejes, L. IV c. 34.2)

Fuente: Adelante la Fe.

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