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Sobre la obediencia. Comentario a la Regla de San Agustín. Bto. Humberto de Romans O.P.


"El Superior debe ser obedecido como un padre; 

mucho más el sacerdote, que tiene el cuidado de todos vosotros".

Este es el capítulo VI de la Regla, que trata de las cosas pertinentes al estado de sujeción, lo cual hace la obediencia. Respecto a esto nos entrega S. Agustín este único mandato perteneciente a la obediencia, y no muchos, pues es suficiente para contener en él, en general, todo lo que pertenece a la obediencia justa.

Para entender esto, debemos notar que hay dos clases de la buena obediencia. Una es suficiente, pero imperfecta, como aquella por la cual alguien obedece sólo en aquellas cosas a las cuales está obligado; dice S. Bernardo en De praecepto et dispensatione: "el súbdito de tal obediencia en las cosas que están en el límite tiene una obediencia imperfecta". La otra es abundante y perfecta, como el que obedece en algunas cosas buenas, aunque no esté obligado por el derecho (debito); dice S. Bernardo (ibíd.): "La perfecta obediencia no conoce la ley, no está coartada por los límites, no está estrechada por la angostura de la profesión (religiosa), con más generosa voluntad es llevada a la anchura de la caridad, se extiende a todo lo mandado con espontáneo yugo generoso y alegre y no se fija en su propia comodidad".

Además respecto a esta obediencia perfecta, como nadie obliga hacia ella por alguna regla, no pone S. Agustín ningún mandato; pero respecto de la primera sí, a la cual todos los religiosos se obligan por su profesión. Determina en este mandato cuatro elementos pertenecientes a esta obediencia, o sea a los cuales se obliga; y como se obliga a varias cosas, indica en qué orden obliguen; y cómo deba ser su cumplimiento; y en qué cosas se debe obedecer.

Debemos saber que aunque algunos santos varones, a causa de la obediencia perfecta, consideran que se debe obedecer no sólo a los mayores sino también a los iguales; incluso también a los inferiores, como dice S. Benito en su Regla: "El bien de la obediencia lo deben todos no sólo al abad, sino que también los frailes se obedezcan mutuamente"; sin embargo ningún religioso está obligado a obedecer sino a sus superiores, como dice la Carta a los Hebreos (13): Obedeced a vuestros superiores, o sea a aquellos que os preceden. Y así, determinando a quién se debe obedecer en la vida religiosa dice S. Agustín: "Al Superior y al Sacerdote".

Debemos notar, además, que entre los superiores hay alguno que tiene la plenitud de la potestad en cuanto a todos y en cuanto a todo, y éste es el Papa; y a él cualquier religioso o secular debe obedecer más en todas las cosas, que a cualquier superior eclesiástico.


Hay otro superiores que tienen potestad particular en cuanto a los súbditos y en cuanto a la jurisdicción; y a estos no están sujetos todos sino sólo sus propios súbditos, y tan sólo en aquellas cosas que pertenecen a su jurisdicción. Entre estos hay algunos que tienen los mismos súbditos, pero con jurisdicciones distintas, como el abad no exento y el obispo, a los cuales están sujetos los monjes; y estos en distintas situaciones deben obediencia más a uno que a otro y viceversa. Pues en lo que pertenece a la disciplina eclesiástica, el monje debe obedecer más al obispo que al abad; pero en lo que pertenece a su Orden religiosa cuyo gobierno tiene el abad, más se debe al abad que al obispo.

Hay otros que tienen jurisdicciones distintas, no según diversidad sino subalternas, y diferentes tan sólo en más y en menos, como el prior del convento y el abad. Todo lo que puede el prior que está subordinado al abad, lo puede el abad; y en estas cosas el súbdito debe obedecer más al superior que al inferior, aunque deba obediencia a ambos.

Por eso, como la diócesis de S. Agustín estaba ordenada de tal manera que el obispo ocupaba el lugar del abad, y el superior (praepositus) el lugar del prior, y lo mismo sucedía en otros diócesis, por eso dice que el presbítero y no el Superior tiene el cuidado de sus hermanos; queriendo mostrar en qué orden se deba obedecer en este caso a los mayores, dice que se debe obedecer al "prepósito, pero mucho más al Sacerdote (presbítero)", o sea el obispo; pero donde el obispo no equivale al abad, en algunas cosas el súbdito religioso está más obligado a su Superior que al obispo, y en otras cosas al revés, como dijimos.

Además debemos saber que hay una obediencia servil (Col. 3): Siervos, obedeced en todo a los dueños carnales; otra es filial (Col. 3): Hijos, obedeced a vuestros padres en todo.

Por la obediencia servil, a la cual induce el temor, el que actúa lo hace por la fuerza; pero por la filial, a la cual induce el amor, el que actúa lo hace de buena gana (libenter). El que obra según aquella lo hace murmurando, pero según ésta lo hace con simplicidad, sin objeciones ni discusiones; aquella con tristeza, ésta con alegría; aquella con pereza, ésta con prontitud; aquella con falsedad (ficte), ésta con fidelidad; aquella con soberbia, pensando que hace mucho, ésta con humildad, considerándose inútil para todo; aquella descansa en cuanto puede, ésta trabaja infatigablemente hasta la muerte. Y estos son los siete grados de obediencia según S. bernardo: obedecer de buena gana, con simplicidad, alegremente, velozmente, fielmente, humildemente y de modo perseverante. Por eso dice S. Agustín, queriendo determinar las cualidades de la obediencia: "como a un padre, no a un amo" (dominus), para que sea una obediencia filial, como corresponde a los hijos de la Iglesia; y no servil, como fue bajo la Ley. Dice S. Gregorio: "La obediencia se debe observar no por un temor servil, sino por el afecto de la caridad". Esta es tanto más digna de alabanza, cuanto está rodeada por circunstancias más laudables, como ya dijimos.

Pero debemos saber que, aunque generalmente se debe obedecer al superior, sin embargo hay muchos casos en que los súbditos no le deben obediencia. Un caso es cuando manda algo contra Dios, porque se debe obedecer a Dios más que a los hombres (Hech. 5). Otro es cuando un superior mayor, según la distinción que ya dijimos, manda lo contrario. Otro es cuando alguien está eximido de la potestad de su superior en algunas cosas.

Otro es cuando se manda algo derogando la jurisdicción de un superior mayor; como si un superior menor mandara que no se le informe a uno mayor de las cosas que se deben informar en la visita canónica, o que no se le hable de algo que es bueno para uno mismo, o para el convento, etc.

Otro caso es cuando es absolutamente imposible obedecer, cuando de ninguna manera se puede realizar lo mandado. Otro es cuando se manda algo por lo cual se abandonaría la obediencia prometida, como si el superior mandara a su súbdito que entrara en otra orden religiosa. Otro caso es cuando se manda algo que está por encima, por debajo o en contra de los votos religiosos profesados, pues nadie está obligado sino a aquello que profesó, y no más allá.

Otro caso, según algunos, es cuando se manda algo que no tiene que ver con la profesión religiosa, como si el abad mandara a un monje que mirara todo el día a las aves que pasan volando. Sobretodo si esto lo hiciera sin una causa razonable. Pero si esto lo hiciera con motivo de probar la obediencia del monje o para ejercitar su paciencia, u otra causa ajena a su profesión religiosa, no sería seguro que en este caso no deba obedecer. Para algunos autores parece que en este caso se debe obedecer, porque dice S. Bernardo que en aquellas cosas que son puramente buenas o puramente malas no se debe obediencia, sino en las intermedias, en las cuales ante el mandato o la prohibición de los superiores no se debe ser indiferente. Porque si generalmente se debe obedecer a los superiores, sin embargo esto tiene sus excepciones, por eso dice S. Agustín "que se obedezca", y no agrega "en todas las cosas", para que entendamos que se debe obedecer en aquello que corresponde (según el orden jerárquico). En efecto, aunque se debe obedecer al padre, al jefe, al médico, sin embargo a cada uno de un modo distinto, como dice Aristóteles en su Ética: así también, al superior en lo que pertenece a su régimen.

Así vemos cómo en este mandato determina S. Agustín a quiénes se deba obedecer, y en qué orden, y cómo deba ser la obediencia, y en qué cosas.

Debemos tener en cuenta que entre todas las virtudes necesarias a los religiosos, la obediencia perfecta es una de las principales. Ella es lo que da la paz al religioso. Pues el que es menos obediente se turba con frecuencia, pues no está pronto para realizar las cosas que se le imponen; si fuese más solícito en la obediencia tendría paz, no turbaciones. Por eso dice Prov. 13: El que respeta el precepto andará en paz. Tan sólo el obediente recibe con temor el mandato de Dios.

Ella es quien le alcanza al hombre la benevolencia de sus mayores. Así como la sílaba libre es muy apreciada por las versificadores, porque pueden usarla como quieren, tanto como breve o como larga [en la pronunciación latina y en la griega hay sílabas breves y largas]; así el verdadero obediente es amado por su superior, pues puede el superior actuar con él libremente. Hay un ejemplo en la Vida de los Padres, respecto del abad Silvano, quien como le preguntaron porqué quería más a su discípulo Marcos que a los otros, los llevó por las celdas de los frailes; y llamando a uno, éste vino pero no enseguida; y de modo semejante en muchas celdas. Pero cuando llegó a la celda de Marcos y lo llamase, éste dejando sin terminar una letra que escribía, inmediatamente acudió a su superior. Visto lo cual, dijo el abad a sus acompañantes: "Por esto es porque lo amo más que a los otros". Y le contestaron: "En verdad debe ser más amado por tí, porque Dios lo ama más".

Mientras que la desobediencia perturba máximamente a toda la comunidad, la obediencia perfecta la pacifica. Dice S. Agustín: "La paz de una casa consiste en la ordenada concordia en el mandar y el obedecer de los que viven en ella". Por eso dice en I Mac. 14: La tierra disfrutó de paz toda la vida de Simón, que significa "el que obedece".

Además hace al hombre útil para su comunidad.

Pues el que es obediente es bueno como la burra que había en Jerusalén para el uso común (para los pobres que no tenían animales, y que parece que usó Jesús al entrar en Jerusalén el Domingo de Ramos) (cfr. Mt. 21, 2), que cualquiera podía tomar para usarla en cualquier trabajo. Y feliz quien pueda decir con el Salmo 72: estoy como un asno ante ti; y por eso no me apartaré de ti, sino que estaré siempre contigo; tú sostuviste mi mano derecha y me condujiste con tu voluntad. Pero hay algunos que son como los caballos de la cuadriga, que son dóciles al freno (palafrenos) o que corren bien a la derecha, y que no sirven sino para ese lugar, y no para otro uso; y así no son útiles como el asno.

Además, hace al hombre triunfar de un modo muy noble y de un enemigo fortísimo: su propio ánimo; quien lo domina es mejor que el que asalta una ciudad (Prov. 16, 32); vencerá a muchos después que venza la carne, el mundo y el diablo. (Prov. 21, 28). El varón obediente cantará victorias. Dice S. Gregorio: "Cuando obedecemos humildemente la voz ajena, nos superamos a nosotros mismos en el corazón".

El que obedece así realiza un sacrificio muy agradable a Dios; pues por la pobreza se ofrecen a Dios cosas temporales; por la abstinencia (la castidad), la propia carne; pero por la obediencia se sacrifica la propia voluntad (I Rey. 15): mejor es la obediencia que los sacrificios. Tanto más pronto se aplaca a Dios, cuanto con la espada del precepto se inmola, reprimida, la soberbia del propio juicio en su presencia.

Ella hace eficaces nuestras oraciones ante Dios; dice S. Gregorio: "Si fuéramos obedientes a nuestros superiores, Dios obedecerá nuestras súplicas". Y esto es justo, pues quien escucha a sus superiores escucha a Dios (Lc. 10): El que a vosotros escucha, a mí me escucha.

Además nos enriquece inmensamente con méritos. Pues las otras virtudes merecen sólo respecto a un objeto, y esto poco y no siempre. Pero la obediencia merece respecto a todas las cosas, casi continuamente, y tiene un mérito excelente a causa de la dificultad.

Por eso bien se puede decir de la obediencia (Prov. 31, 29): Muchas hijas, o sea las virtudes hijas del Espíritu Santo, recibieron riquezas, pero tú las sobrepasas a todas.

Ella nos protege del peligro de los pecados. Pues cumplir la obediencia está en los planes del Rey Celestial, cuyos mandatos se cumplen; y así se está más seguro que en los planes propios; dice S. Gregorio: "La obediencia es la única virtud que pone en el alma las otras virtudes, y una vez puestas las custodia".

Además nos lleva a una gloria mayor. Por eso en la Vida de los Padres se dice: "Vi un anciano y cuatro grados en el cielo: uno el de los enfermos, que daban gracias; otro el de los que cuidan a los enfermos; otro el de los siervos que viven en soledad; otro el de los que viven en obediencia: y éste estaba por encima de los otros. Y cuando pregunté la razón, me dijo que los otros actuaban según su propia voluntad; pero estos, abdicando su voluntad propia, lo que hacen lo hacen según el mandato de su padre espiritual, que es mayor, y por eso los lleva a una gloria mayor; por eso dice en Filip. 2: Hecho obediente hasta la muerte; por eso en Dios lo exaltó".

El que lee esto considere cuán necesarias son cada una de las cosas dichas sobre la obediencia para la vida religiosa, y comprenderá claramente cuán necesario es al religioso ejercitarse en las obras de la obediencia.

También debemos tener en cuenta que muchos disminuyen la bondad de la obediencia. En efecto, hay algunos que, aunque obedecen en algunos casos, en otros son menos obedientes; contra lo cual dice en II Cor. 2, 9: Os escribo para conocer vuestra probada virtud, a ver si sois obedientes en todo.

Hay otros que, aunque realizan lo que les mandan, sin embargo lo realizan sin plenitud; contra lo que dice S. Pablo (Filemón): Confiando en tu obediencia, te escribo, sabiendo que siempre haces lo que te digo.

Otros realizan lo que se manda, pero de distinto modo, y a veces al revés; contra lo que dice S. Mateo 21: Los discípulos hicieron como les mandara Jesús.

Hay algunos que suelen ser duros para obedecer, y sus superiores deben fatigarse mucho antes de lograr que se muevan para hacer algo, como se cansa el que lleva piedras de un lado a otro (cfr. Ecle. 10, 9). Contra lo cual dice (Heb. 13): obedeced a vuestros superiores y estadles sujetos, pues ellos velan por vuestras almas como quien debe dar cuenta de ellas, para que hagan esto con gozo y sin lamentarse; obedeced de tal manera que no los hagáis gemir por la dificultad en obedecer, sino que se alegren por la facilidad con que los obedecéis.

Algunos no quieren obedecer ante una simple palabra, a no ser que sea un mandato expreso. Contra lo cual dice (Tito 3): Exhorta a los siervos que obedezcan a lo que les han dicho, o sea a una simple palabra. Y si esto deben hacer los siervos del mundo, ¿cuánto más los siervos de Dios? Dice S. Bernardo: "Es muy útil para la obediencia si la humildad realiza (sin que nadie la coaccione) aquello que impone la fuerza de la disciplina".

Hay otros que obedecen no por amor a cumplir la justicia, sino por temor al castigo. Contra los cuales dice S. Gregorio: "La obediencia debe realizarse por amor a la justicia, no por temor a la pena". Y por eso dice Deut. 30: Amarás al Señor tu Dios, y obedecerás su voz; pone el amor antes que la obediencia , mostrando que la obediencia debe nacer del amor.

Algunos, antes de obedecer, suelen discutir sobre lo que les mandan. Contra lo que dice S. Jerónimo: "Teme al Superior del monasterio como a tu Señor, ámalo como a tu padre; cree que todo lo que te manda es bueno para tí; y no juzgues las palabras de tus mayores, pues tu oficio es obedecer y cumplir lo que te fue mandado".

Hay otros que, aunque quieren hacer lo que se les manda, son morosos en comenzar; contra lo que dice el Salmo 17, 45: en cuanto me escuchaban me obedecían.

Otros están siempre ocupados, eligiendo el momento para obedecer, diciendo que ahora no pueden; y si no se les permite continuar con su ocupación, se sienten molestos; contra los cuales dice David (Sal. 118): Estoy preparado y no me perturbo, cumpliré tus mandatos.

Algunos nunca se preparan en su corazón para obedecer. Contra lo cual dice S. Bernardo: "El perfecto obediente prepara su oído para oír, sus ojos para ver, su lengua para hablar, sus manos para obrar, sus pies para caminar, y así se recoge en su interior para cumplir con todo su ser el mandato del que manda". Por eso dice Prov. 15, 28: La mente del justo medita la obediencia, porque frecuentemente piensa cómo debe obedecer bien en su momento.

Otros ciertamente obedecen, pero murmurando; son semejantes a la obediencia de los demonios, que ante el mandato de Dios se retiraban de los cuerpos, pero en medio de gritos. Contra lo cual dice S. Benito en su Regla: "La obediencia será aceptada por Dios y dulce a los hombres, si realizamos lo que se manda sin murmurar" (cap. 5).

Algunos no murmuran con la boca, pero ejecutan las obediencia con tristeza; contra eso dice S. Benito en su Regla (cap. 5): "la obediencia que se da a los superiores, se le da a Dios mismo, pues El mismo dijo: el que a vosotros escucha, a mí me escucha; y los discípulos deben obedecer de buen grado, porque Dios ama al que da con alegría. Pero si el discípulos obedece con mal ánimo, aunque cumpla lo mandado, ya no será agradable a Dios, pues El ve su corazón que murmura".

Algunos obedecen en las cosas grandes, pero desprecian las pequeñas. Contra lo cual dice S. Bernardo: "¡Oh, monje obedientísimo, que ni una iota se le escapa de las palabras de los ancianos".

Sin embargo hay otros que, mientras cumplen la substancia del mandato, aunque parece que no se preocupan de cumplir la intención del que les mandó, por el contrario, con corazón piadoso y fiel están más atentos a la intención que a las palabras de quien les manda. Como aquellos a quienes Cristo curó, y mandó que no lo dijeran a nadie; pero ellos lo anunciaron pensando que hacían algo mejor que si callaran; porque el Señor, mandando eso, más bien intentaba dar ejemplo de humildad huyendo de la vanagloria, que obligarlos a callar.

Otros hay que agregan algo desagradable por su cuenta, pervirtiendo la intención del que les manda, pensando que el superior tiene alguna mala intención. Contra estos dice S. Bernardo: "No es suficiente obedecer exteriormente a nuestros mayores, sino que debemos sentir de un modo elevado respecto de ellos, con un afecto íntimo del corazón".


Algunos están prontos para excusarse de la obediencia, aduciendo que no pueden realizarla. Contra lo que dice S. Benito en su Regla: "Si el superior mandara algo imposible, sin embargo el discípulo debe intentar realizarlo". Para esto nos alienta el ejemplo de S. Pablo (Fil. 4): Todo lo puedo en Aquel que me conforta.

Otros se muestran de tal manera que el superior no se anima a imponerles una carga, como al caballo salvaje que muerde y patea. Contra éstos están las palabras del anciano que, cuando cierto hombre que quería ser religioso le preguntó cómo debía comportarse, le dijo: "Tú y el asno deben ser uno solo". Pues así como el asno recibe indistintamente cualquier peso y no se enoja, así el religioso debe vivir la obediencia (Sgo. 1): recibid con mansedumbre la palabra injertada en vosotros. La palabra de la obediencia puede decirse injertada, porque atrae al que la recibe hacia su propia naturaleza, como la rama injertada en el tronco.

Hay otros que, por cierta presunción y confiados en su sabiduría, no admiten ser gobernados por otros, y por eso son poco obedientes. Contra lo que dice S. Jerónimo: "Es bueno obedecer a los mayores y luego de conocer la ciencia de las Escrituras aprende de otros el camino de la propia vida, no sea que tengamos un pésimo guía que es nuestra presunción".

Algunos más bien quieren ser obedecidos por sus mayores que obedecerlos, mientras buscan realizar su propia voluntad. Pero dice S. Bernardo: "La perversidad de muchos exige que se les diga: ¿qué quieres que haga?, y no preguntan: Señor, ¿qué quieres que yo haga?; ¡oh palabra breve, pero plena, viva, eficaz y digna de ser recibida! Así es digno absolutamente, Señor, de que yo busque y cumpla tu voluntad, y no tú la mía".

Otros realizan lo mandado, sin embargo lo hacen mal a sabiendas, para que no se les impongan otras cosas, como el caballo que finge estar manco cuando lo sacan del establo para que lo lleven a otro lado. Contra esto dice Jer. 48: Maldito el que realiza con fraude la obra de Dios.

Por tanto el varón santo debe cuidarse de todo esto en la obediencia, no sea que actuando mal cargue el trabajo de la obediencia y pierda la virtud de la obediencia totalmente o en parte. Dice S. Bernardo: "Recordad, hermanos: Cristo, por no perder la obediencia perdió la vida". Si Cristo hizo así, ¡cuánto debemos cuidarnos nosotros de no perder el bien de la obediencia!

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