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No se debe aplaudir en las Iglesias...

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Quisiera tratar, en el presente artículo, de uno de los gestos no litúrgicos más comunes en las parroquias y templos de la actualidad: Los aplausos. Este tema, que muchas veces pasa desapercibido o como algo meramente natural (tanto así que existen una serie de “apologías” al aplauso en el entorno litúrgico, como la publicada por Infovaticana [cuya fuente es la Archidiócesis de León (México)]). Al respecto, me gustaría hacer una apología de lo contrario, es decir, de porqué los aplausos no son elementos litúrgicos y la razón por la cual deberían ser eliminados (mediante una adecuada catequesis). Este artículo es una respuesta directa al aludido artículo antes citado, y por ende, hace una paráfrasis de muchos de sus textos. Por caridad, no se considere este texto un ataque directo, sino más bien una réplica que intenta profundizar en el sentido más fundamental de la liturgia misma. Estoy totalmente dispuesto a seguir la reflexión sobre estos temas, por lo que si alguien quiere realizar alguna réplica a este artículo, estoy absolutamente dispuesto a publicar en este mismo espacio dicha réplica (con la consecuente dúplica de mi parte).

 Cæremoniarius
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En muchas ocasiones se valida el uso de los aplausos en la Liturgia (principalmente, durante la Santa Misa), con argumentos como, por ejemplo, “el espíritu humano sintió que era apropiado y necesario expresar la admiración por estas personas de una manera pública y audible, y por eso todos respondieron con un espontáneo aplauso”, refiriéndose a los ritos de exequias de los papas Pablo VI y Juan Pablo I. Salta a la vista la incompatibilidad de este gesto con la Liturgia: “apreciar admiración por las personas”. Y si profundizamos un poco más, sabemos que los aplausos se concitan en momentos diversos, como por ejemplo, al final de un matrimonio, bautizo, primera comunión, ordenación in sacris (diácono, sacerdote, obispo), elecciones de abades, profesiones religiosas, fiestas solemnes (como en Navidad o Pascua), en la visita pastoral del obispo a parroquias, en las bienvenidas/despedidas de un párroco o vicario cooperador. Y un largo etcétera acompaña a las anteriores. Sin embargo, todas con un común denominador: es un gesto de cariño o aclamación hacia personas en concreto. ¿No es el Santo Sacrificio de la Misa, el culto supremo (y el único agradable) a DIOS? ¿No debería ser Dios el centro de todo?

El problema, por tanto, es más profundo aún.

Analicemos algunas razones que parecerían justificar el uso de los aplausos (entre otros gestos corporales externos, como el baile) en la liturgia. Por ejemplo, se hace alusión al salmo 46 (47), que dice “Pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo”. Otras razones aducen, por ejemplo, que es tradición religiosa expresar la alegría y emoción en las celebraciones. Sin embargo, esta supuesta tradición no es tal. La “emocionalidad” litúrgica o "sentimentalismo" litúrgico (perdone usted este nuevo concepto) es, sin duda, un aspecto relativamente reciente en la historia de la Liturgia (aunque no es descabellado pensar que ha estado marginalmente presente a lo largo de los siglos). Esta emocionalidad ha sido desgraciadamente potenciada en los últimos 50 años por el espíritu post-conciliar de eterna creatividad y novedad, sustancialmente diferente a la opinión de los padres conciliares. Bajo este punto de vista, se ha vuelto común incorporar elementos externos a la Liturgia, muy frecuentemente extraídos del ámbito mundano, para agregar una cuota de sentimentalismo e innovación a algo que se considera “rígido y poco adecuado a nuestros tiempos”. Algunos ejemplos de ello lo encontramos en acciones como los shows de teatro para reemplazar las lecturas y/o evangelio de la Misa; los cantos paganos o anti-litúrgicos, cantar el “Cumpleaños Feliz” o “Las Mañanitas” (cantos populares para celebrar cumpleaños) para celebrar al obispo, sacerdote, diácono, sacristán, o persona cualquiera, además del Niño Dios para la Solemnidad de la Navidad del Señor, la presentación de “ofrendas” de lo más variopinto: macetas, libros, velas, piedras, granos, semillas, tierra, papeles, e incluso un bebé, entre otras muchas acciones sentimentalistas cuya importancia se iguala a la de contar partículas de polvo sobre los manteles del altar.

Para no seguir extendiendo este artículo, me referiré a 2 puntos que considero importantes de tomar en cuenta del texto que es objeto de nuestro estudio:

En la primera, se presenta la “Aclamación”, que es precisamente de la cual el aplauso constituye un ejemplo pagano y extra-litúrgico. Dice el citado artículo: “Los libros litúrgicos romanos reconocen que hay ciertos momentos durante la celebración que piden una respuesta entusiasta de la asamblea, una respuesta a menudo llamada “aclamación” en las rúbricas. Por desgracia, la típica aclamación de asentimiento, la palabrita “amén”, normalmente es “musitada”, más que “gritada” como aclamación, tal vez debido a un sentimiento cultural de que las iglesias no son lugares apropiados para hablar en voz alta.” 

Corresponde realizar algunas observaciones. Primero, que las aclamaciones no son respuestas “entusiastas”, sino que son expresiones propias de quien asiste a la Sagrada Liturgia y que, por ende, son una aclamación a la Gloria de Dios por su grandeza y longanimidad. Así mismo, la aclamación está en el contexto de una liturgia que está unida indisolublemente a la Liturgia Celestial. Por lo mismo, la respuesta litúrgica no es una expresión del ser humano, sino que una expresión de la Iglesia en cuanto Cuerpo Místico de Cristo que se asocia a la Divina Liturgia. Por ende, para nadie debería ser extraño que las aclamaciones debieran ser, lógicamente, las que la Iglesia (Cuerpo Místico de Cristo) determina. 
En segundo lugar, para lograr que los fieles puedan conocer las aclamaciones y las realicen en conjunto con su real sentido, no se necesita reemplazarla por elementos foráneos y carentes de un auténtico sentido litúrgico, sino que se necesita educar litúrgicamente a los feligreses. En breves palabras: “La ignorancia acerca de un tema en específico se resuelve estudiando y aprendiendo sobre el tema, y no eliminando el tema específico y catalogarlo como “inaccesible” al conocimiento”.

Finalmente, y en segundo lugar, respecto a la posible incorporación del aplauso (y otras “adaptaciones culturales”) a la Liturgia: 
“Si parece apropiado usar el aplauso como una aclamación alternativa durante un rito litúrgico, debería ser integrado en el rito, como sucede en las ordenaciones” […] “La Iglesia está todavía en una etapa incipiente a la hora de introducir adaptaciones culturales en su liturgia. Necesitamos todavía discernir qué elementos de nuestra cultura son apropiados para la liturgia y en qué momentos. “El aplauso es uno de esos elementos culturales. Este proceso de discernimiento no se puede realizar de la noche a la mañana, y a veces la apertura al Espíritu y a la tradición litúrgica puede significar que tal vez tenemos que repensar nuestras prácticas establecidas. Si el aplauso es usado como una aclamación de alegría en el momento ritual apropiado, entonces su uso puede ser continuado sin problemas. Si es usado de manera que suponga la incorrecta noción de que la liturgia es “hacer cosas”, entonces este uso debería revisarse e incluso suprimirse.”

Lo anteriormente expresado va en contra de la verdadera concepción de Sagrada Liturgia, reafirmada de manera sólida por los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI en numerosos documentos (tanto de su período cardenalicio como “El Espíritu de la Liturgia: Una Introducción”, como en “La Fiesta de la Fe”, así como en sucesivos documentos pontificios de alta relevancia, como “Authenticam Liturgiam”, “Redeptionis Sacramentum” y “Sacramentum Caritatis”).

El problema de gran profundidad al cual se reduce toda esta situación es la “mundanización de la Liturgia”. Si bien la Sagrada Liturgia se vive en un contexto situacional específico (geográfico, demográfico, sociológico, económico), la Liturgia no puede estar sujeta al mismo. La Tradición de la Iglesia nos enseña muy claramente que la Liturgia no es una Obra meramente humana, sino que es una verdadera “obra de Dios”, en la cual la Iglesia terrenal celebra los santos misterios en una Acción Sagrada que se abre de par en par a la Eternidad (hacia la Liturgia Celestial). Por lo mismo, cualquier elemento extraño o agregado, cualquier simbolismo poco constructivo, cualquier signo o gesto foráneo no hace más que contaminar la esencia misma de la Liturgia: El Culto debido a Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo (de ahí que se insista, por largos siglos, de la importancia del silencio y del decoro dentro del Templo, puesto que es el lugar consagrado a Dios para la Santa Liturgia).

Más aún, cualquier elemento como los descritos en los ejemplos, o el mismo aplauso, suelen ser elementos centrados en el hombre: celebrar a una persona en concreto, por algún logro o meta lograda (por ejemplo, en una ordenación sacerdotal, en un aniversario, después de la Homilía del Papa, etc). Claramente, dichas aclamaciones y elementos tienen una fuerte tendencia a la exaltación del hombre, que no es el objetivo de la Liturgia. Luego, salta a la vista en forma definitiva que son elementos absolutamente inadecuados para el ámbito de la Divina Liturgia.

El problema no está en la “inculturación” (palabra cuyo uso eclesial es tan confuso y variado como el de “ecumenismo”, con todas sus implicancias). El verdadero problema es una enfermedad relativamente moderna y que afecta a la Iglesia cada vez más: El Antropocentrismo. Si se pone al hombre por centro de la Liturgia, el Culto a Dios se transforma en un culto humano y pierde su sustancia. Y he ahí el peligro…

Fuente: sacramliturgiam.blogspot.com.es/ Copyright imagen superior: Milenio.

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